No estiremos la cuerda
La crisis del Covid-19 ha convertido en damnificada a toda la sociedad y todo el tejido empresarial. Desde la peluquería de barrio al coloso del turismo, desde la ferretería de la esquina hasta las empresas más capitalizadas del mundo. Un importante número de trabajadores se han visto afectados por un ERTE y su sueldo ha disminuido un 30% de la noche a la mañana -y en muchos casos ni han recibido dicha prestación todavía. Es del todo lógico que lo primero en lo que piense la gente es en recortar lo más superfluo: el ocio y entretenimiento. No cabe duda de que, ante la posibilidad de llenar un carro del súper o mantener tu abono de un festival aplazado a 2021, prefieres llenar un carro del súper. Economía de supervivencia.
Toda esta crisis está sirviendo para ver como funciona un malvado modelo de gestión en que grandes aseguradoras se lavan las manos, las agencias de contratación de artistas se quedan con los depósitos y a los promotores de eventos se les exige que devuelvan entradas con la máxima celeridad. Hay un problema: no tienen el dinero. Al menos, la gran mayoría. Es como exigirle a un banco que devuelva todos sus depósitos a la vez. El banco quebraría porque el sistema sobre el cuál se basa todo el invento es que nunca todo el mundo va a venir a la vez a buscar el dinero que, a su vez, el banco tiene prestado a otras personas generando un interés. El esquema financiero es mucho más complicado que eso en la actualidad, pero os da una idea de por donde van los tiros.
Los promotores de conciertos y festivales juegan con un elemento muy inestable: la confianza del consumidor. Que un festival tenga una marca e imagen establecida y continuada en el tiempo, asociado a los grandes nombres de artistas que se van confirmando y que todo el mundo conoce, generan un vínculo, una confianza, que hace que la gente esté dispuesta a adelantar 180€ a un año vista por la oportunidad de acceder a un evento. El promotor vende abonos con mucho tiempo vista para poder hacer frente a los depósitos que exigen los artistas y sus agencias para confirmar la fecha. Y cuando un grupo cobra un millón de dólares o dos millones de dólares por un concierto en un festival, adelantar el 50% -o incluso la totalidad- no es una cuestión baladí.
Pero si aparece un cisne negro, una situación imprevista, se interrumpe la cadena habitual de pagos, depósitos y demás. Pongamos por caso que un promotor que ha adelantado dos millones de euros en diferentes depósitos para confirmar a varias bandas se encuentra con que ha de devolver 20.000 abonos a 150€. Son 3 millones de euros, más los costes de la transacción de devolución, además de los 2 millones que ha adelantado. Un agujero importante. Recordemos que no todos los promotores tienen la misma liquidez de los gigantes mundiales -e incluso esos gigantes están ahora metidos en grandes problemas derivados de la caída de sus acciones y el enorme volumen de eventos que organizan, lo que multiplica los problemas en una situación como la actual-.
Los promotores están en un tremendo brete. Si se aferran a aplazar sus festivales y conciertos y no devolver el precio de las entradas, tal y como marca la ley, dinamitan la esencial relación de confianza entre consumidor y promotor que permite anunciar eventos a un año vista e incluso agotar las entradas. Si devuelven el importe de las entradas sin haber recibido la devolución de lo que han adelantado a los grupos entran, en algunos casos, en quiebra técnica. Los grupos van a dilatar el proceso todo lo que puedan, ya que muchos han tenido que hacer frente a sus propios costes operativos para preparar las giras (logística, escenarios, reservar técnicos a muchos meses vista, hoteles, etc.) y el público tiene la sensación de que todo esto no va con ellos y que les están timando “los que están forrados”.
La realidad cruda es que los márgenes de la mayoría de festivales y conciertos son estrechos para los promotores, especialmente debido a la conocida avaricia de algunos grupos y agentes. En territorios como España, donde varios promotores luchan sin cuartel por una misma banda, los agentes se lucran hasta lo indecente haciéndoles pelear entre ellos, inflando así el caché. Es por ello que todo el mundo va a salir perdiendo si no da el brazo a torcer. Grupos y agentes perderán un territorio lucrativo como Europa si se agarran al dinero ya adelantado por los promotores y ponen riesgo su solvencia económica. Sería pan para hoy y hambre para mañana.
Si nos empeñamos en que los promotores devuelvan entradas, el año que viene no van a quedar promotores en pie. O quizá quedan algunos, no necesariamente dedicados al rock duro, sino a géneros más rentables. Hasta que no haya un marco legislativo gubernamental de urgencia que regule una ampliación en los plazos de devolución de entradas y ayudas -no crédito a devolver, sino ayudas a fondo perdido- para un sector que crea industria y del que dependen muchos proveedores y profesionales independientes, los festivales no van a mover ficha. Y nadie les puede culpar por ello.
Sergi Ramos
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