El crowdfunding ha pasado de ser una idea estupenda para llevar adelante proyectos que de otra forma no se podría, a ser la solución para que algunos compaginen sus bandas con viajes a Japón de tres semanas.

En los últimos años, parece que las bandas underground (esas que tanto pelean por sacar adelante su proyecto en un país tan complicado como el nuestro) no pueden sacar discos sin la inversión de capital de alguien externo. Es muy curioso que, en la era donde sacar un disco decente adelante es más barato que comprar un coche de gama medi-alta, las bandas pidan cantidades ridículas de dinero como 2,000, 3,000 o 5,000€ para financiar su disco que “sin vuestra ayuda, lo sacaremos igual, pero será más difícil.” Es decir, pides dinero a tus amigos para poder mantener tu nivel de vida mientras inviertes una cantidad de dinero insignificante en aquello en lo que supuestamente te dejas la vida. Y eso no es lo peor. Lo peor, es que te sales con la tuya a la fuerza.

No te dejas la vida en tu banda

Pero, como decía Jack el Destripador: “vayamos por partes”. Grabar un disco de calidad, e invertir la cantidad de dinero necesario para hacérselo llegar a un número amplio de personas no es barato, pero tampoco es caro per se. Bandas patrias que sí se dejan bastantes esfuerzos en su banda piden hasta 15,000€ para que su disco lo mezcle gente del calibre de Jens Bogren y el máster lo haga Ted Jensen. Eso sí es más lógico. Lo que no tiene sentido es pedir el equivalente a los ahorros de una persona normal viviendo con sus padres mientras trabaja (unos 4,000€) de un año para que el disco lo grabe el guitarrista en su propio estudio (que, a fin de cuentas, u os sale gratis o sois un poco lentos de cerebro) y lo masterice un nisu de la escena underground madrileña.

Mientras, tú vives en tu piso con vistas en el centro de Madrid, con tu pareja y tus dos perros, te vas de vacaciones por Japón porque te encanta su cultura (bueno, Naruto y el sushi nada más, porque eres feminista ante todo) y la piel de tus brazos rebosa tinta por cada poro de la cantidad de tatuajes que te has hecho. Eso, amigo mío, no es dejarte la piel por tu banda, si no tener mucha cara dura y pedir dinero para irte de fin de semana con los colegas a tocar a Estepona y Torrevieja bajo el título de “The Tour of Our Lifes” (en lugar de “lives”, porque tampoco es que sacases muy buenas notas en inglés).

¿Y qué es dejarte la vida?

Dejarte la vida es irte a la otra punta del mundo, sin ni un solo contacto a girar, como hicieron Parkway Drive. Dejarte la vida es tener que volver a vivir a casa de tus padres porque la banda pasa por una mala racha, como hizo Jose Izquierdo de Angelus Apatrida. Y así, un largo etcétera. ¿Por qué nos conformamos con la mediocridad del producto, en lugar de buscar el mejor estudio, la mejor agencia de promoción y los mejores bookers? Muy sencillo: porque no nos da la gana. Pero decir por redes sociales lo importante que es la banda para nosotros, escribir letras de lo duro que es sacar un proyecto artístico adelante o incluso usar muletillas como “es que en este país…” que, sin falta de razón, carecen de fundamento por tu parte; es mucho más sencillo. El crowdfunding es otro de esos métodos para escapar la responsabilidad que requiere montar una empresa como es una banda de música, y encima dedicada al nicho del metal en España, que es lo mismo que vender Ferraris en Uganda.

Los reyes del sprint final

Pero, a pesar de toda la tinta ya vertida, lo peor no ha sido escrito. Lo peor de todo, es que no hay un solo crowdfunding que no salga adelante. Y eso es sintomático de que alguien no está siendo completamente honesto. La gracia de un crowdfunding, frente a otras formas de inversión de capital, es que, si no se llega a la meta, todo lo “recaudado” se pierde. Si no hay suficientes personas que piensen que tu proyecto vale la pena, ese proyecto no se vende. No existe una forma más explícita de poner a prueba el mercado para ver si tu producto es interesante para el mismo.

No obstante, a las bandas les gusta ser más listos que el mercado, y deciden que, si no van a conseguir llegar al 100% de lo recaudado, en la última semana se empiezan a hacer distintas donaciones (que, al ser anónimas, sólo la banda conoce) que, da la casualidad, hacen que se llegue al 100% de lo recaudado a escasas horas de que acabe el plazo. ¡Qué casualidad! Es como si la táctica de estudiar para el examen la hora antes nos valiese a todos para sacar un diez. Asombroso. Pero claro, si uno se para a pensar y a mirar la trayectoria de estos Usain Bolt de las ampliaciones de capital en tiempo record (ya os podía fichar Morgan Stanley a más de uno) se huele el fraude a leguas de distancia.

Al final, es un fraude más

Bandas cuyos conciertos están protagonizados por el vacío de la sala, cuyo Spotify acumula poco más de 6,000 reproducciones mientras sus vídeos de YouTube tienen 100,000 (pagadas todas) y cuyo producto tiene menos mimo que una mantis religiosa. Bandas que no solo quieren que les financies su disco, si no su medio de transporte, sus dietas, su local de ensayo y lo que puedan sacar de donde sea. Todo vale si es con tal de no perder mi nivel de vida a tu costa. Y, citando a un conocido de la escena catalana: “¿Por qué esperamos una ética de la industria de la música que no le exigimos a otras?” Cierto. Si pedimos nuestros cargadores de iPhone a explotadores como Amazon para que nos lleguen al día siguiente, ¿por qué íbamos a pedirles un comportamiento distinto a las bandas underground?

Diego Solana