El nuevo documental de Bon Jovi es delicioso y sirve para entender el triste estado actual de la banda y de su vocalista y líder.

«Thank You Goodnight – The Story of Bon Jovi»: 40 años de Bon Jovi en cuatro capítulos

No es nada nuevo. Ya en cualquier video de hace casi cuarenta años, como el de “Wanted Dead Or Alive”, Jon Bon Jovi miraba al infinito con la mirada perdida, como si todo el peso del mundo estuviese sobre sus hombros. La relación del vocalista con el éxito masivo de Bon Jovi siempre ha sido variable: por un lado parecía disfrutar sobre el escenario -al menos hasta hace unos años- pero a la misma vez parecía llevar con ciertas dificultades todo lo que rodeaba las otras veintidós horas en las que no estaba sobre un escenario. En resumidas cuentas, algo por lo que pasan muchísimos artistas pero que, en el caso de Jon, siempre con una cámara delante a lo largo de los últimos cuarenta años, hemos podido observar más de cerca.

Después de ver los cuatro capítulos del documental “Thank You Goodnight – The Story of Bon Jovi”, dirigido por  Gotham Chopra y disponible en Disney+, uno no puede evitar sentir cierto apuro por el estado físico y psíquico del vocalista. Si bien la historia relata cronológicamente el ascenso al estrellato de la mítica banda de New Jersey, con las clásicas historias de éxito y excesos y amistad y enemistad, lo hace intercalando momentos acerca de cuál es la realidad actual de Jon. Con la voz rota (“es como tener un yunque atado al cuello” describe en un momento) tras cuarenta años de discos, giras y desgaste, el vocalista afronta la madurez de su carrera -parecía que nunca se iba a hacer mayor pero Jon tiene 62 años actualmente- desde una posición cómoda económicamente pero terrible psicológicamente. Su bien más preciado, su voz, no está con él hace mucho tiempo. Verle cantar sobre el escenario es un sufrimiento continuo porque ves que no puede, aunque lo intenta. Por momentos, su exceso de gesticulación vocal te hace pensar que ha sido víctima de un ictus en años recientes. Pero no, todo forma parte de su último intento por sacar alguna nota con sentido de una voz rota que le impide afrontar sus temas actuales, muy comedidos vocalmente, por no hablar ya de clásicos cantados con un globo de helio como “Livin’ on a Prayer” o “You Give Love a Bad Name”. 

¿Quizá toca retirarse?

A lo largo del documental, intercalado con momentos de gloria pasados, podemos ver a un Jon que lo intenta todo: terapia con laser, ejercicios vocales y reeducación de su estilo de canto. Sin éxito. Su voz parece haberse volatilizado, especialmente después del año 2013. “De algo que mide muy poco (sus cuerdas vocales) depende una organización de 120 personas” dice para poner las cosas en perspectiva. Parte de la historia discurre alrededor de una quincena de shows que Bon Jovi realiza en 2022 y donde tiene noches malas, alguna buena, y noches peores donde acaba tirado en el suelo del camerino frustrado y hecho un ovillo. Al final, mientras todo el mundo intenta mantener su espíritu a lo largo de la gira, es Dorothea, la esposa de Jon quien le suelta la bomba de realidad tras el último show: “no puedes hacerlo, deberías pensar en retirarte y dejar de sufrir” viene a decirle quien le ha visto en sus altos más altos y sus bajos más bajos. En consecuencia, el vocalista da por sentado su retiro y se enfrenta al arriesgado paso que llevaba tiempo evitando porque las consecuencias podían ser terribles. Una cirugía que podía impedirle volver a cantar pero que, si tenía éxito, podía ayudarle a reencontrarse con las tesituras vocales necesarias. Jon, de perdidos al rio, se lanza a ello y el documental nos muestra su doloroso retorno a la reeducación de su voz. Una reeducación que da sus primeros frutos en el nuevo disco de la banda, “Forever”, que se edita próximamente. En el aire está la posibilidad de que Jon pueda encarar una gira en condiciones cantando durante dos horas cada noche. Ese es el mayor cliffhanger ya no del documental, sino de la carrera futura de la banda. 

El abandono del hermano de sangre

No es solo la pérdida de su voz lo que tiene a Jon en un estado mental perpetuamente gris y taciturno. El abandono de Richie Sambora en 2013 fue como la ruptura de una hermandad que el vocalista ha digerido muy mal. “Jon y la banda saben porque me fui” dice en un determinado momento Sambora sin entrar en detalles, dando a entender que la historia de su alcoholismo y de querer pasar tiempo con su hija no era el único motivo, que también. Sobrevolando la escena, está John Shanks. El productor que comenzó a trabajar con la banda en 2012 y que ha terminado haciéndose con el puesto de guitarrista de apoyo del grupo sobre el escenario desde hace unos años. Por el camino, sacrificada, la química vocal y escénica entre Sambora y Jon, el elemento clave del sonido del grupo. Da la sensación de que todo el mundo vive de Jon y nadie quiere decirle lo que no quiere escuchar por miedo a perder su sueldo. El resultado es una banda que, desde hace años, nada en el rock más insípido y un vocalista que no levanta cabeza. Los recintos, si, llenos. Pero ¿a cambio de qué? Está claro que la gente irá a ver cualquier cosa que llame Bon Jovi mientras haya un tio llamado Jon Bon Jovi con un micro en la mano. Pero hay intangibles que hacían de esa banda algo especial. Y a día de hoy, esos intangibles, esa química, ya no está. Uno siente simpatía por un Sambora que se muestra genuino a lo largo de sus intervenciones y que decidió darse valor y desaparecer de la banda antes de pasar a ser un pelele que tenía que reírle las gracias a Shanks en el estudio. 

Del pasado de la banda, es especialmente reveladora la intervención de un Doc McGhee en estado de gracia a lo largo del documental. El manager que aupó a Bon Jovi y los quemó a base de extenuantes giras que les llevaron al límite ofrece su perspectiva de la historia. También lo hacen personajes clave como Desmond Child o el hermano de Jon, Matt. Es interesante ver como la banda tomó la decisión de administrar sus propios asuntos una vez sacado McGhee de la ecuación a principios de los 90 y como algunos de sus años más provechosos económicamente y a nivel de popularidad vinieron sin la figura clásica de un manager, sino con un equipo de personas muy bien engrasado detrás y Jon tomando la ejecutiva. 

Un publirreportaje conveniente

Si bien es cierto que el documental puede pecar de publirreportaje dramatizado, ofrece la visión más nítida hasta el momento de lo que es la maquinaria de la banda, las personalidades implicadas y el coste de ciertos movimientos y decisiones. Y lo que es más novedoso: nos muestra una parte de la basura, de manera comedida y controlada. Aún con todo, los excesos siempre los protagonizaron “los otros” y nunca Jon, que siempre estaba preocupado por cuidar su voz y levantarse pronto para hacer entrevistas en cada ciudad. Parece que, en cierta manera, el documental busca hacer una hagiografía del vocalista como alguien puro, preocupado por su voz y dolido por no poder cantar como a el le gustaría, que nunca ha roto un plato en su vida. Su insistencia en no convertirse en el “Elvis gordo” del final de su carrera denota un gran aprecio por la protección de su legado e imagen pública pero también una cierta incapacidad para procesar la frustración que le genera hacerse mayor y no tener el control de algo tan elemental como su propia voz. Tanto da que no tenga nada que demostrar ya. Un cierto narcisismo le obliga a querer ser el que fue y su sufrimiento, aunque comprensible, es más bien una autolesión. 

En resumen: que alguien despida a John Shanks (un amigo periodista musical lo define como “el cáncer de Bon Jovi”), que Richie Sambora y Jon se vayan a cenar y hagan las paces y que nos monten una gira de estadios con pistas pregrabadas de la voz de Jon y que deje de machacarse. Tiene 62 años y ha conquistado el planeta Tierra, varias veces. Nosotros queremos cantar “Bad Medicine” y recordar cuando éramos jóvenes. Estaríamos, incluso, dispuestos a pagar 120 o 150€ por entrada. Que alguien se ponga con ello, por favor.