Los festivales no os pertenecen
Existe una tendencia muy visible en las redes sociales -especialmente Facebook- donde cualquier confirmación de bandas para el cartel de cualquier festival de nuestro país sufre un tratamiento que va de lo violento a lo irónico por parte de los usuarios.
Si Rock Fest Barcelona, Resurrection, Leyendas del Rock o cualquiera de las citas habituales comete el error de confirmar una banda para el cartel de su próxima edición, automáticamente una media de 200 personas se dedican a valorar la idoneidad de dicha confirmación, siempre atendiendo a sus gustos personales o a un supuesto conocimiento global de lo que es equilibrado en una cita masiva que congrega a decenas de miles de personas.
Es evidente que España siempre ha sido país de seleccionadores nacionales. Nada nuevo bajo el sol. Lo que sorprende, año tras año, es el grado de inquina con el que la gente trata la información del panorama festivalero. Porque no es mordacidad: es inquina, antipatía pura hacia los programadores de los festivales que hacen lo posible con lo que tienen. Y lo que tienen es un territorio en el coexisten varias grandes citas de estilos relativos al rock duro en un mismo eje temporal y unos agentes a los que les da lo mismo donde toquen sus artistas mientras el concierto sea el mejor pagado de todos los posibles en un día concreto. No: los festivales no son imbéciles y no dejan de contratar a las bandas porque no quieren contar con ellas, sino porque alguien paga más y rentabiliza mejor ese añadido a su cartel. Pegan más System of a Down en el Resu, Slipknot en el Metal Paradise y Kiss o Judas Priest en el Rock Fest. Esto es así. Cada festival tiene su público, su identidad y su idiosincrasia. Sería absurdo pensar que poner a Slipknot en Can Zam iba a generar que 25.000 personas corran a cantar “Psychosocial” a grito pelado. Del mismo modo que Judas Priest en el Resurrection no van a lograr la misma reacción del público que System of a Down o Korn. Son cuestiones generacionales. Es por ello que no tiene sentido entrar en una absurda batalla económica por añadir nombres que no generan un valor añadido a cada una de las citas festivaleras.
En España estamos lejos de lograr acercarnos al modelo Wacken o Hellfest, donde la gente acude al festival independientemente de su cartel. Queda mucho también para que los promotores en nuestro país enfoquen los festivales como experiencia y no como compendio de bandas haciendo conciertos en escenarios más o menos separados unos de otros. Se intentó el año pasado con el Rock the Coast y este año con el Metal Paradise en Fuengirola, intentando aunar el concepto de festival de metal y vacaciones playeras. Rock Fest lo intenta asociando la poderosa marca Barcelona a su nombre, capital mundial de primer orden y destino turístico codiciado. Lo primero que te encuentras en la web del Resurrection es un vídeo que reza “vive la experiencia Resurrection”. Pero el público sigue mirando demasiado el cartel por encima de todas las cosas, algo a lo que contribuye la encarnizada guerra entre promotores por quedarse a unas y otras bandas.
No, los asistentes a los festivales no somos accionistas de los mismos. Podemos escoger donde vamos en función de nuestras preferencias personales pero usar las redes sociales como arma arrojadiza para conseguir lograr que los festivales traigan a las bandas que queremos es de ser inocente. Aprovechemos la sana variedad de oferta que tenemos antes de que la burbuja estalle antes o después al son de esa cacareada crisis mundial que se supone que está a la vuelta de la esquina.
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