Toundra: «avanzo más amando que odiando»
Nadie ha salido indemne de los últimos dos años. Toundra tampoco. Y lo han canalizado en un nuevo disco, 'Hex', repleto de odio (más de veinte minutos de odio, en concreto) pero también de esperanza. Welcome back, amigos.
Que una banda de rock instrumental acabe en la portada de una revista es sintomático de que a) “the times they are a-changin’”, como cantaba Dylan, y que b) el rock instrumental a veces tiene más que decir que el metal de toda la vida, trillado y cansino como es a veces -por más que nos guste el doble bombo y las guitarras chirriantes-.
Los madrileños -de origen- Toundra no necesitan presentación ni tienen deudas que pagarle a nadie. Desde la edición de su primera obra en el ya lejano 2008, la trayectoria de la banda tan solo ha sido ascendente. La inteligencia compositiva que hay tras la obra de Toundra y sus spin-off (Exquirla, aquel proyecto de 2017 junto a El Niño de Elche) no tiene parangón en nuestro país. Y es precisamente por ese motivo que Toundra se separan de la muchedumbre del rock y todos sus subgéneros. Hay otras bandas de rock instrumental, pero ninguna reúne las cualidades de Toundra.
Como les pasaba a Pink Floyd en sus tiempos, a nadie le importaba quién había tras la música. Nick Mason podría haber salido a dar un paseo por los alrededores de Britannia Row en 1977 y probablemente nadie le habría parado para un autógrafo. Y en un tiempo de personalismos, de estrellatos que superan de largo a la calidad y propósito de la música, ese aspecto es otro de los que hacen de Toundra una refrescante rara avis.
“Hemos hecho de nuestra debilidad, no saber cantar, nuestra fuerza”, reflexiona el guitarrista de la banda y cara visible ante los medios, Esteban Girón. Los demás miembros de la banda le entregan la tarea a Girón casi con alivio. Macón, Álex y Alberto son músicos, pero a Esteban se le da bien explicar y transmitir lo que hay tras la música de la banda. Su trabajo como responsable de comunicación para diversos festivales y proyectos le obliga a ser el charlatán que tiene que vender una colección de riffs, ritmos y pasajes que van de lo hiriente a lo lisérgico ante los medios, tan dispersos siempre. Pero Esteban lo lleva con dignidad: nos recibe en el sofá de su casa, en Asturias, donde se ha mudado por amor. Pero es por Zoom, ese nuevo amigo inesperado e indeseable.
El odio como hilo conductor
La última vez que nos encontramos para hablar de un disco de Toundra fue en septiembre de 2018, al hilo de la edición de ‘Vortex’. Era en un bar de Madrid, también con Macón, resignado, presente (lo que derivó en una conversación inenarrable por parte de todos los implicados). Ahora esa estampa, la de un artista sentado con diversos periodistas delante durante diez horas respondiendo a las mismas preguntas formuladas de diversas maneras, nos parece algo antidiluviano. No parece que Esteban, en su sofá, lo eche de menos. Pero se nota que tiene ganas de hablar de música, de la vida y de Toundra. Han sido dos años muy duros.
Tan duros que el disco, ‘Hex’, se ha presentado en sociedad a lo largo de los últimos meses usando “El Odio” como hilo conductor. La obra, de más de veinte minutos de duración y dividida en tres partes, conforma el equivalente a la “cara A” de este nuevo álbum de Toundra. Una pieza que rezuma odio (sic), esperanza, congoja y cabreo a partes iguales. En la “cara B”, cuatro canciones aparentemente desconectadas conceptualmente que tienen como nexo común, tal y como dice la banda, “la necesidad de estar en constante movimiento”. Pero aunque el odio ha sido el germen de ‘Hex’, los motivos tras el mismo son más esperanzadores.
“Lo que ha pasado es que me enamoré”, dice jocoso Esteban mirando a cámara desde su comedor. “El prisma con el que veo el mundo, mi vida y un montón de cosas es otro. Estar enfadado con el mundo, tal y como estaba hasta ahora, es algo que fácilmente te puede llevar a la tristeza. He estado mucho tiempo triste y me he dado cuenta cuando he vuelto a estar feliz. Cuando estás feliz vuelven las ganas de seguir creando, de hacer música y de crear para y por los que tienes a tu lado. La juventud termina cuando termina el egoísmo y la vida adulta comienza cuando vives por y para quienes quieres”.
Volviendo a Pink Floyd -Pink Floyd siempre es la respuesta a todo- el mensaje resuena con aquella esperanza del tema “Outside The Wall”, el tema que cerraba el majestuoso ‘The Wall’, el disco con el que Roger Waters reunió todas sus frustraciones de la infancia, adolescencia y edad adulta y las convirtió en ladrillos de un muro que, muy físicamente, terminó separando a banda y público en los directos. “Solos o en parejas / los que realmente te quieren / caminan arriba y abajo por fuera del muro”, decía la letra. “Cuando te lo han dado todo / algunos tropiezan y caen ya que no es fácil / golpear tu cabeza contra el muro de un zumbado”. Una crisis existencial, quizá, que acompañada por dos años de pandemia y el lamentable estado del negocio de la música, no es sorprendente.
“El mundo está hecho una mierda”, explica Esteban. “Todo es muy hostil. Vengo de Madrid y parece el New York de la película ‘Taxi Driver’. Pero en lugar de estar enfadado como oposición a lo que ves, a lo que te rodea, prefiero cuidar de los que tengo al lado porque el mundo sí que no lo puedo cambiar. Tengo una responsabilidad de tratar ciertos temas que me parecen injustos y hacia los que soy sensible porque tengo la suerte, por ejemplo, de hacer entrevistas como esta”.
Si bien la ausencia de letras en Toundra puede jugar como una limitación (“se queda corto para transmitir los conceptos? Sí. Lo echo de menos? No” dice tajante el músico), en esta ocasión Esteban se ha tomado el tiempo de escribir un largo texto que, a través de su discográfica, ha hecho llegar a todos los periodistas que reciben el disco. Una disertación de tres páginas que finaliza con un párrafo clarificador:
“Hay una cosa realmente obvia mejor que el odio. Desde la grabación de ‘Das Cabinet Des Dr Caligari’ he descubierto que, ahora, avanzo mucho más amando que odiando. Lento, pero avanzo. Avanzo más estando feliz que estando enfadado con el mundo como estuve tantos años. Como os he comentado, hoy en día tengo 34 años. Muchos de mis mejores amigos están teniendo descendencia y, cuando veo y quiero a esos niños, siempre pienso ‘ojalá seas feliz en un mundo mejor del que yo creo que os va a tocar’. Si permitimos que la furia del odio, del racismo, de la intolerancia crezca, si la toleramos, aquello que más queremos, nuestros hijos, serán quienes sufran una vida de esclavismo, intolerancia y miedo. Porque como decía aquel cartel de la Guerra Civil Española, frente a la intolerancia: “‘i lo toleramos, nuestros hijos serán los siguientes’”.
“Por eso se llama ‘El Odio’”, explica el guitarrista. “No es otra canción más de Toundra con un título idiota. ‘Qarqom’ se llamaba ‘Qarqom’ porque era uno de los principales mercados de azafrán en la ruta de la seda antigua. Como era una canción con muchos ingredientes la llamábamos ‘la paellita’ y de ahí el título. Imagínate. En este disco no hemos jugado con ese tipo de cosas y por eso escribí el texto”.
“Como compositor me considero compositor de música instrumental”, asegura. “Pero me gusta mucho escribir porque estudié Periodismo y esa es otra faceta. Siempre se me va a quedar corto no usar palabras pero no lo echo de menos. Este paso adelante que hemos dado haciendo una obra como esta es por una obsesión que tenemos con Stravinsky, con Shostakovich y con ‘Tommy’ de The Who”.
“Hay que saber irse de la fiesta cuando mejor te lo estás pasando. No se puede quedar uno dando pena” (Esteban Girón)
“Durante el confinamiento me puse a escuchar un montón de música clásica para quitarme la ansiedad y también leí un montón”, elabora Girón. “Me llamó la atención que compositores como Stravinsky y Shostakovich, que son clásicos pero contemporáneos de principios del siglo XX, eran muy osados a la hora de transmitir -o decir que transmitían- ciertos mensajes con música instrumental. Eso me hizo dar un paso al frente. ‘Tommy’ de The Who es un álbum que cuando lo escuchas parece que estés viendo una película (que luego, evidentemente, hubo). Pero no se compuso para una película. Yo pensé que ya que iba a dar la chapa a la gente con otro disco de Toundra, pues mejor hacerlo con algo que no hayamos hecho antes”.
“El Odio” tiene, como raíz principal, a The Who. El comienzo de “El Odio II”, adornado mucho con percusiones, “es una copia de muchos interludios que hacía Pete Townshend de The Who”, revela. “El inicio surge cuando un día venía de hacer la compra escuchando ‘Frances The Mute’ de The Mars Volta. Hay partes que son más rabiosas porque estaba metido en un piso de 32 metros cuadrados, se estaba muriendo la gente fuera, no sabía que iba a pasar con el mundo y hay momentos en que te tomas dos vodkas y te pones a componer y sale eso”.
Aunque la pandemia ya estaba bien entrada cuando la banda se puso a componer esta pieza en tres actos. “Empezamos con ‘El Odio’ en noviembre de 2020, aunque había partes compuestas durante el confinamiento”, especifica. “El tema se acabó de componer en marzo de 2021 porque nos contagiamos todos de Covid durante un ensayo -menos Alex- y nos tuvimos que aislar. En ese aislamiento le envío al resto de la banda la base de ‘El Odio III’. Cerrar ‘El Odio III’ fue lo que le dio sentido a todo. Esa montaña rusa tenía sentido. Además, nos pusimos a experimentar con las escalas egipcias para completar”.
La tentación de hacer un disco (o EP) de una sola canción estuvo ahí en algún momento, según explica el músico. “Como hacen The Mars Volta o The Who, quería hacer ‘El Odio’ y varios interludios musicales que uniesen los temas”.
“Pero el resto de la banda me paró los pies y me dijo que no me flipase tanto”, dice con una media sonrisa. “Al final tuvimos las dos partes que queríamos”.
Un periodo de reflexión
La “cara B” posee momentos arquetípicamente Toundra como “Ruinas” o más innovadoras como “La Larga Marcha”. Pero es “Watt”, un guiño a King Crimson, el punto álgido. Con la incorporación de un saxo, Toundra exploran territorios novedosos y, de paso, consiguen que Macón cumpla uno de sus fetiches: el saxo con delay en un tema del disco. Algo que, por otra parte, ofrece reminiscencias del “Blackstar” de David Bowie, su último disco de estudio.
“Me has dado muchas ganas de escuchar ‘Blackstar’”, dice Esteban ante la referencia inesperada. “Es un disco que escuché mucho cuando salió y creo que le voy a dar otro repaso. Bowie es el gran plagiador de la historia pero ¡qué plagiador! ¡que gran artista! No inventó nada pero todo lo que hizo sonaba único”.
“El tema del saxo, si te soy sincero, fue cosa de Macón”, confirma. “Desde el ‘IV’, Macón quería meter un saxo con delay y han pasado bastantes discos desde entonces. Pero Macón es la persona que dice mucho pero no hace y cuando lo hace, lo hace mal para que no se lo vuelvas a pedir”, se ríe. “Le quiero mucho, pero es un cabrón. Lo del saxo con delay lo decía como un reproche habitual y yo le decía ‘vale, componlo y tráelo’. Pero nunca lo hacía. Cuando llegó al estudio el saxofonista estaba allí y se puso a hacer sus cosas. Fue como un regalo del grupo a Macón, para que se callase de una vez”.
La situación global afectó, lógicamente a los planes de la banda. No en vano, el arranque de la pandemia pilló a la banda a punto de marcharse de gira por Europa con ‘Das Cabinet Des Dr. Caligari’. Una gira que, evidentemente, no pudo ser. Lo que vino después fue distópico, descorazonador y desquiciante, como todos sabemos.
“Es imposible que no te afecte, como compositor o como músico, lo que ha pasado”, explica el guitarrista. “Lo mejor que nos ha pasado con esta pandemia es saber valorar lo que tenemos. Tenemos un grupo hecho por cuatro amigos muy, muy íntimos. La gente nos sigue. Estamos en un sello en el que queremos estar. Nos vamos por Europa a donde queremos ir y eso es ser muy, muy privilegiados. Para eso nos ha venido muy bien la pandemia. A nivel de composición el álbum no deja de ser un reflejo de lo que pasó. Si el mundo no se hubiese parado no habríamos tenido una reflexión tan gorda como la que hemos tenido de cara al disco”.
“En cuanto empezó la pandemia nos compramos unas tarjetas de sonido y nos pusimos a componer y trabajar en la distancia”, explica. “Además, yo me he venido a Asturias, Alberto está en el País Vasco y Alex y Macón están en Madrid. Era un reto enfocar el trabajo del álbum”.
“Que se junten cuatro tíos o tías a sudar en un local de ensayo, con un calor que flipas, a un volumen bestial, para pelearse y crear algo artístico juntos es lo más artificial del mundo. Es una puta frikada. Quien tenga un grupo durante más de diez años es un puto friki, porque es una lucha como no hay en otros entornos” (Esteban Girón)
Pero el trabajo en remoto, aparentemente, no fue tan remoto. “Me río yo del trabajo en remoto…”, espeta Esteban. “Me he bajado cincuenta veces a Madrid para trabajar en el disco (y la distancia es la misma de un lado a otro)”, dice entre risas.
La banda grabó las baterías en una masía de Vilafranca del Penedés, Cal Pau, para luego moverse al estudio Ultramarinos Costa Brava, situado en Sant Feliu de Guixols, con su productor favorito, Santi García. Todo ello en julio de 2021, en pleno verano. Un momento ideal para denso rock instrumental, sin duda.
“No pasaba nada porque el estudio de Santi no tiene ventanas y no te enteras de nada. En Cal Pau, el estudio donde grabamos las baterías en Vilafranca del Penedés, sí que tenemos ventanas porque es una masía con viñedos y demás. Pero allí está Alex y lo suyo es más energía que oscuridad”, sostiene Esteban. “Lo que nos pasa es que convencimos a Santi García de hacer dos horas más de trabajo cada día y tomarnos dos días libres al final de la semana de grabación para quedarnos en Sant Feliu e irnos a la playa y hacer paellas en plena Costa Brava”.
Enfadados con todo
“Hay un enfado en este disco de Toundra”, reconoce el guitarrista. “Todo el mundo ha perdido a alguien, el mundo ha cambiado y nos han jodido pero bien. La pandemia se ha solucionado de manera en que los que tienen no han perdido nada y los que tenemos poco hemos perdido mucho”.
La banda intentó mantenerse a flote moral, como todo el mundo, con algún concierto en circunstancias poco idóneas, pero rápidamente vieron que lo de tocar con gente sentada y un mar de mascarillas en recintos con capacidad para albergar a miles de personas no iba con ellos.
“Hicimos dos conciertos así: uno en Oviedo y otro en Barcelona. Tras el de Barcelona decidimos que no íbamos a hacer más y que no volveríamos a tocar hasta que la gente pudiese estar de pie, salvo en los de Caligari, evidentemente”. No miente. A la salida del escenario del concierto de Barcelona pude encontrarme con un Esteban cariacontecido que, en ese mismo momento, me hizo saber que esa no era la manera de disfrutar de la música de Toundra. “Parece un cine de verano”, me decía -con cierta frustración-.
“Hemos podido aguantar porque todos tenemos nuestros trabajos habituales y no se ha tocado la cuenta de la banda”, detalla. “Hemos podido afrontarlo. Tener nuestros trabajos regulares, ser los últimos pringaos que no son músicos a tiempo completo, nos ha permitido no hacer cosas que no hubiésemos querido hacer”.
En un determinado momento se generó el debate de si la experiencia del directo era algo del pasado y el futuro eran los livestreams. Multitud de artistas se lanzaron a realizar streamings para que los fans consumiesen en el salón de su casa la experiencia de un concierto en directo (ya se había inventado, no obstante, y se llamaba DVD no hace mucho, pero whatever). Algunos salieron mejor que otros pero, con el tiempo y ante la eventual relajación de medidas sanitarias se ha demostrado que la gente tiene hambre de directo. O no.
“Es que es algo que le pasa mucho a los ingenieros informáticos: que son unos flipaos. Se creen que tienen la razón cuando no tienen ni puta idea de lo que están hablando”, dice entre risas Esteban.
“Hay un montón de música y la manera de consumirse la música está cambiando”, apunta. “Seguirá habiendo bandas de rock como seguirá habiendo de jazz, pero la digitalización de la producción de la música en estilos como el trap ha sido el equivalente a la llegada de la guitarra eléctrica. Lo va a cambiar todo”.
“Antes del rock and roll había jazz y la canción melódica, pero una vez llegó el rock perdieron su posición hegemónica. El rock ha bajado y ya no va a volver a estar arriba como antes”, asegura.
No hay más que echar un ojo al Top 50 de Spotify para observar que la música se está enfocando cada vez más a artistas individuales con su respectiva cohorte de compositores y músicos de sesión o un simple productor capaz de sacar partido del artista mediante la tecnología. Pero la cultura de grupo parece haber desaparecido casi por completo del mainstream. ¿Cree Esteban que la propia industria busca figuras más aisladas y maleables en lugar de grupos de personas, con sus egos y su propia capacidad de comunicación, que siempre complican las cosas?
“Creo que los artistas actuales que dominan el mercado son un producto”, asevera. “Todos somos un producto, pero nosotros somos nuestro propio producto, al menos. Artistas como C. Tangana, Rosalía y toda esta gente son un producto creado por la discográfica en la que están. Tienen mucho talento, pero se ve desde fuera que es todo tan estratégico, que está todo tan medido, que el producto es tan perfecto para que todo el mundo lo quiera…
Un grupo tiene una identidad mucho más marcada porque es un trabajo en conjunto hecho por artistas. Lo otro es un trabajo conjunto hecho por gente que sabe de marketing, que es algo de lo que yo no sé. Por otro lado pienso que tener un grupo es la experiencia más artificial que puede tener el ser humano. Esto lo hablaba con Fernando Delgado, mi mentor. Él me decía que tener un grupo es la mayor frikada que puede tener el ser humano. Que se junten cuatro tíos o tías a sudar en un local de ensayo, con un calor que flipas, a un volumen bestial, para pelearse y crear algo artístico juntos es lo más artificial del mundo. Es una puta frikada. Quien tenga un grupo durante más de diez años es un puto friki, porque es una lucha como no hay en otros entornos”, dice con cierta sorna.
Toundra tiene por delante una temporada de conciertos ciertamente densa, al menos tal y como están las cosas. “De enero a mayo tenemos unos 40 conciertos, lo cual va a ser una paliza”, explica Esteban. “No sabemos lo que nos vamos a encontrar. La banda siempre ha ido para arriba y creo que en esta ocasión el crecimiento va a ser menor porque aun va a haber gente desconectada de la música en directo. La gente va a querer seguir yendo a festivales, pero a las salas les va a costar ir. Hay mucha gente que ha perdido el hilo y cuesta cogerla de nuevo”.
Todos hemos perdido el hilo, de algún modo, pero ¿nos ha cambiado este periodo hasta el punto de no retorno?
“Como te decía, mi vida ha cambiado y tengo un hogar y quiero estar con una persona”, afirma el músico. “Antes era un vagabundo. Me pasaba todo el verano por ahí con una maleta hecha. Ahora no. Ahora tendré que elegir, porque quiero tener una base”.
El intercambio final de la entrevista es revelador.
¿Te ves con cincuenta años tocando con Toundra?
No.
Eso llevas diciendo cinco años.
Hay que saber irse de la fiesta cuando mejor te lo estás pasando. No se puede quedar uno dando pena.
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