DE LOS ORÍGENES AL DEATH METAL

\"\"Como es natural, para encarar una tarea como la propuesta en el título de estas líneas, es preciso retraerse algunas décadas atrás para introducirnos en la génesis del metal. En esta génesis, y al margen de las lógicas excepciones al caso, pueden distinguirse dos ramas iniciales, y que aquí, en tono desenfadado y con el único fin de identificarlas, llamaremos metal gamberro y metal pulcro (y que conste que con tales apelativos no se pretende juzgar o valorar de ninguna manera estos géneros). Es difícil afirmar cuál fue primero, y en verdad éste es un problema que me ha traído algunos quebraderos\"\" de cabeza acerca de la genealogía del Heavy.

En cuanto a la primera rama, lo más lógico parece señalar los comienzos del llamado rock duro de los 70. Éste era un género diáfano y sin pretensiones cuyos primeros practicantes jamás pensaron en engalanar su arte con intelectualismos de ninguna clase, y en general nunca fue objeto de las alabanzas o el rechazo de la avantgarde (motivo por el cual, posteriormente y de manera subrepticia, el Heavy demudaría en un fenómeno alienado de las corrientes contraculturales oficiales, así como en un cierto victimismo o complejo que al parecer padece el metal frente a los géneros musicales intelectuales del siglo XX. Pese a esto, no cabe duda de que la presencia de bandas tales como AC/DC, Deep Purple, Motörhead, Black Sabbath o Led Zeppelin ilegitimaba por entonces este prejuicio).

La segunda rama sería una versión más colorista, y hasta cierto punto más artificiosa, de los rockeros tradicionales. Así como los metaleros gamberros rondaban en los confusos límites entre el hard rock y el Rock tradicional, en ocasiones los representantes del metal pulcro estarían más próximos al rock californiano, al glam rock o al pop edulcorado que al espíritu duro. Ejemplos de lo que decimos son las celebérrimas bandas Kiss, Twisted Sisters, Van Halen, Alice Cooper, Dio, etc. Asimismo, si como se ha dicho las bandas gamberras carecían de cualquier apoyo o andamiaje intelectual que hiciera de ellas y de su arte un fenómeno integrado, esto vale igual o más para las bandas pulcras, que, tal vez influenciadas por la cultura del bienestar imperante en la costa Oeste de Estados Unidos, raramente han dado muestras de gravedad o enojo. Cabría preguntarse si todo fenómeno de arte transgresivo no está condenado a atravesar en sus primeros días una etapa de indiferencia por parte de sus contemporáneos, si no fuera porque las bandas de metal pulcras distaban mucho de ser la mitad de transgresivos que sus primos gamberros.

A todo esto, estas tendencias ya venían desdibujándose gracias a bandas pioneras como Judas Priest, Iron Maiden, Mercyful Fate, Manowar, Scorpions o Accept, que establecerían los pilares de lo que hoy entendemos por Heavy metal.

Ambas vertientes dieron en fusionarse un buen día, allá por los albores de la década de los 80, con la aparición de un hijo híbrido llamado thrash metal. Las homéricas grabaciones de Kill em all de Metallica y Show no mercy de Slayer en el mismo año (1983) señalan este nuevo maridaje de manera contundente, y que con la aparición de Fistful of metal de Anthrax \"\"(1984) y Killing is my business de Megadeth (1985) marcarían el poderío del metal norteamericano frente a la New Wave of British\"\" Heavy Metal y formaciones por entonces desconocidas pero de una importancia capital en el desarrollo del metal posterior –como los suizos Celtic Frost, cuyo primer trabajo de estudio, Morbid tales (1984), es una obra pionera en el ámbito del metal “oscuro”–. De manera casi milagrosa, el tecnicismo electrizante de los puristas y la rabia desatada de los gamberros se unieron para dar forma a un fenómeno que no tardaría en introducirse en los hogares de millones de jóvenes ávidos de un renacimiento musical. De la noche al día, o viceversa si se prefiere, las industrias discográficas, así como las del textil, instrumentos musicales o HI-FI de alta-definición, vieron sus arcas desbordadas por el afluir de interminables chorros de dólares que contribuyeron a reanimar la vieja carcasa del rock star, las macrocampañas publicitarias, los macroconciertos y las macrogiras, la Mtv… todo un festín de discos de vinilo y camisetas que llegaron en el momento justo para reavivar las brasas de una “cultura del fan” en horas bajas, y que sin duda las industrias antes mencionadas acogerían con no menos entusiasmo.

Llegados a este punto, es el momento de contextualizar el panorama musical de aquellos años. A mediados de los 80 la escena del Rock atravesaba una hora relativamente improductiva; tras el apogeo mundial del Punk y el nacimiento de la música electrónica, se dio un lapso de vacilación en el que podría pensarse que el Rock había llegado a su punto crítico, y puede que así fuese, en cuenta de la proliferación de bandas “deconstructivistas” o “minimalistas” que dieron a los 80 un sabor genuino y que muchos aún hoy recuerdan con aires de nostalgia. Los sonidos más underground de la contracultura musical vieron así el terreno abonado para su libre ejercicio, dando lugar a subgéneros como el Hardcore, la New Wave o el llamado noise neoyorquino, cada uno de los cuales engendraría una fauna particular de adeptos y seguidores.

Sin duda éste era un momento favorable para la música Heavy, que no tardó en subirse a la vanguardia del “corrosivismo” con una faceta más controvertida que ninguna de las conocidas hasta entonces: el death metal.

Alentados por el éxito de grupos insignes del thrash como Venom, Destruction, Sodom, Kreator o Sepultura, hacia finales de los 80 ya existía todo un panorama de nuevas bandas atraídas por una estética macabra y un sonido apabullante. De nuevo los amigos norteamericanos contribuyeron de \"\"manera notable a establecer las bases de un género decididamente corrosivo y siniestro, con bandas puntales como Morbid Angel, Cannibal Corpse, Death, Deicide, Dark Angel, Possessed y Obituary (cuya formación bajo el nombre Xecutioner ya había perpetrado las primeras maquetas de death metal en…\"\" ¡¡1982!!), sin olvidar la inestimable alianza de bandas británicas como Napalm Death, Carcass y Bolt-Thrower, o los griegos Rotting Christ. A todo esto hay que agradecer, como es prácticamente insoslayable en este tipo de reseñas, el trabajo de los principales sellos discográficos que apostaron por estos géneros en sus inicios: Mosh, Peaceville, Earache, Nuclear… etc, todos ellos auténticos filántropos cuya contribución a la música de finales del siglo XX es hoy digna de encomio.

No hay que perder de vista que, durante los primeros años del death metal, el Heavy en su definición más pura aún no había dicho su última palabra, ni mucho menos. Como evidencia de esto, en 1990 ve la luz la milagrosa grabación del que, en opinión del autor de estas líneas, es el mejor disco de Heavy metal de todos los tiempos: el portentoso Painkiller de los siempre vivos Judas Priest. En este disco se reafirman los mejores atributos del Heavy en su acepción más clásica pero también intensamente moderna. La claridad y firmeza de las composiciones, los riffs, la ejecución de cada uno de los músicos (un auténtico seminario de cómo debe tocarse y componerse Heavy metal), incluso la magnífica producción de sonido… todo ello consolida esta obra como una cima todavía invicta en su género, y es tal vez un punto de partida a la segunda juventud que experimentaría el Heavy metal en la década de los 90.

\"\"No menos importantes serían las “obras de madurez” de Slayer –Reigning blood (1986), South of Heaven (1988), y Seassons in the abyss (1990)–. Tres discos consecutivos que alcanzan sin paliativos la cumbre de la elegancia y el metodismo en el metal. Si bien la conflictiva banda norteamericana ya había ensayado interesantes acercamientos a un metal sofisticado a la vez que energético en sus trabajos anteriores, con Reigning blood los de Huntington Beach parieron una obra maestra incontestable cuya esencia perfilaría el sólido estilo de sus creadores. Estos tres discos son un elenco de maestría e inspiración metaleras, con un providencial Pete Lombardo a la batería y unas composiciones que destacan por su brillantez a manos de unos individuos que, seguramente sin proponérselo, inscribieron su nombre en la historia de la música.

Toda esta oleada de controvertidos estilos y maneras impensables de concebir la música representa un fenómeno cuanto\"\" menos curioso desde el punto de vista tradicional del término. Palpita en estos géneros una percepción fatalista del mundo que hunde sus raíces en las corrientes milenaristas, apocalípticas e inconformistas del siglo XX, y que, de manera tangencial, podría equipararse a otros movimientos inconformistas de este siglo. No obstante, en mi opinión el metal nunca ha pretendido formar parte (al menos conscientemente) del rumbo general de la contracultura, y aún dista mucho de proponer planteamientos innovadores desde el punto de vista estructura/forma como lo han hecho otros géneros del siglo XX (en próximas entregas veremos por qué el metal está más emparentado con concepciones clasicistas de la música que con las formas características de la posmodernidad). Lo destacable \"\"

en el metal (o en la actitud del metal) debe buscarse en una visión de desengaño frente a las utopías que rigen el mundo y que, tras el secularismo y el malestar de la cultura en Occidente, ha sembrado una sombra de escepticismo y desasosiego donde antes había credulidad e idealismo inocente. Dicho escepticismo o malestar, qué duda cabe, es un ingrediente absolutamente necesario en el avance de una cultura laica, librepensante y en continua metamorfosis como la nuestra.

Hasta aquí la primera entrega de “BREVE HISTORIA DE LA MÚSICA METAL”. Rogamos disculpen cada una de las omisiones de bandas que a juicio del lector pudieran ser relevantes, pero el gran número de las mismas hace que debamos afinar al máximo para lograr una exposición al gusto de todos. En el próximo apartado, “Los 90: Furia y preciosismo”, nos centraremos en una década que trajo importantes cambios al entorno musical que nos ocupa, con especial atención a la “Escuela escandinava” y el power metal, así como a buena parte de los géneros sub especie que de esta gran matriz llamada metal han devenido con el paso de los años.