40 años de «la bestia» de Iron Maiden
¿Qué se puede decir a estas alturas de ‘The Number Of The Beast’? No se concibe a Iron Maiden sin este álbum, ni al heavy metal sin Iron Maiden. Una de las piedras angulares de un género que, a día de hoy, sigue estando en deuda por su contribución al mundo de la música.
Paul Di’Anno no estaba dando la talla y su actitud en plena gira por Estados Unidos estaba rompiendo el equilibrio de la banda. El ansiado equilibrio que Iron Maiden buscaba desde sus inicios en 1975. Le costaba enfrentarse al desafío de militar en un grupo cada vez más popular y reconocido. Poco le importaba que miles de personas asistieran a sus shows aunque fueran teloneros de bandas consagradas como Judas Priest. Ya habían saboreado las mieles del éxito en su primera gira por Europa abriendo los conciertos de Kiss, y todo iba a pedir de boca, pero nada parecía satisfacer al vocalista.
“Era el momento de retirarme”, reconocía Di’Anno en el documental incluido en el DVD ‘The History Of Iron Maiden – Part 1: The Early Years’ de 2004. “Decepcionas a todos y a ti mismo. Y a los fans también. Ellos serían los primeros en darse cuenta si no das el 1.000 % de ti mismo”. No solo era su estado de ánimo lo que estaba terminando con su carrera como cantante en Iron Maiden, ya había comenzado un camino hacia la autodestrucción. “Paul no iba a durar mucho con el trote que llevaba”, recordaba Rod Smallwood, el eterno y hábil manager de la banda.
En declaraciones bastantes relajadas, confesaba que “tomaba drogas y alcohol para anestesiar el dolor. Podría haber salido bien, pero no quería. Porque no le habría hecho justicia. Se me dio una oportunidad que algunos darían la vida por ello. Todos los miembros de la banda son conscientes”. En muchas otras ocasiones, no siempre fue tan amable con sus palabras. Incluso ha culpado a Steve Harris de sus abusos con las drogas. El presunto autoritarismo del bajista y fundador de la banda ponía de los nervios a Di’Anno. No ha dudado en llamarlo “puto Adolf Hitler” en varias ocasiones y no han sido pocas las veces que ha fardado de haber compuesto 20 canciones mejores que las que se incluyeron en ‘Killers’.
Su final en las filas de Iron Maiden estaba escrito, y los conciertos en Japón, Estados Unidos y los pendientes en Europa para finalizar su ‘The Killer World Tour 1981’ se convirtieron en una pesadilla para el quinteto británico. El cambio de vocalista no era para mejorar, se convirtió en toda una necesidad. Todavía resuenan los suspiros del entorno de la banda cuando llegó el momento del adiós definitivo de Paul Di’Anno tras el concierto que ofreció en Copenhague, Dinamarca, a comienzos de septiembre, después de una pequeña gira por los países nórdicos.
La necesidad de un nuevo cantante
La banda ya había comenzado a buscar a un sustituto varias semanas atrás. Otra vez por el ansiado y dichoso equilibrio. No era la primera vez que Steve Harris buscaba un nuevo cantante, y si Paul Day fue expulsado por su poca presencia sobre el escenario en 1976 y Dennis Wilcock por intentar romper a la formación en 1977, estaba más que justificado el cambio en los micros por el exceso de adicciones. De hecho, las salidas de otros miembros como los baterías Ron ‘Rebel’ Matthews y Doug Sampson, o la de los guitarristas Dave Sullivan, Bob Sawner y Dennis Stratton le dolieron mucho más al líder de Iron Maiden.
Todo ello sin contar que había fundado dos grupos, Gypsy’s Kiss y Smiler, y las había disuelto porque sus compañeros de viajes no servían para alcanzar sus objetivos. Harris no estaba dispuesto a que Di’Anno hundiera a la banda. Su banda. Era una persona de firmes convicciones y lo tenía claro desde un principio: “Queríamos a Bruce, pero estaba en otro grupo. Era cuestión de robárselo a otros”.
Esta decisión no era compartida con su manager, porque opinaba que “Bruce Bruce era un nombre ridículo. La camisa blanca que llevaba era muy hortera. Y Samson había tenido líos con Iron Maiden”. Aun así, cedió ante la petición de Harris y fue a Reading a comprobar en situ si la elección podía ser válida. A mitad de la primera canción de su show, sintió la necesidad de conseguir que fuera el nuevo cantante.
El encuentro con Rod Smallwood en una de las carpas de cerveza de dicho festival al finalizar el concierto de Samdon, la rememora Dickinson con especial cariño en su autobiografía ‘What does this button do?’, publicada en 2017. Después de varios rodeos del manager para proponerle una audición, el cantante fue directo al grano: “Primero, sabes que conseguiré el puesto, porque no me lo preguntarías si no fuera así. Segundo, ¿qué va a suceder con Paul? Tercero, cuando consiga el puesto, y lo haré, ¿estás preparado para un estilo y opiniones totalmente diferentes, y para alguien que no va a someterse a todo? Puede que sea un dolor en el trasero. Si no quieres eso, dímelo ahora y me iré”.
Después de estar charla, la banda le pidió que se aprendiera cuatro canciones para la audición, pero Bruce Dickinson se las preparó todas. Conocía los dos discos publicados, y por designios del destino, tuvo la oportunidad de escuchar la versión demo de ‘Killers’ antes de que este álbum viera a la luz. Conocía bastante a Iron Maiden, hasta había compartido escenario con su grupo Samson y los tonos medios del material no le suponían ningún problema. Incluso se permitió el lujo de improvisar en un par de partes. La conexión fue total y Steve Harris quería reservar el estudio ese mismo día para la grabación del tercer álbum tras oírle cantar “Remember Tomorrow”.
Dickinson tuvo que esperar algunas semanas más hasta que Di’Anno fuera expulsado de forma oficial para reencontrarse con Adrian Smith, Dave Murray, Clive Burr y Steve Harris en los estudios Battery. El primer concierto de Iron Maiden con su nuevo fichaje fue el 26 de octubre de 1981 en Bologna, Italia. Curiosidades de la vida, antes de formar parte de la banda, vivía con su novia de aquel entonces encima de una peluquería en Evesham, Worcestershire. Como en algunos de los suburbios de Inglaterra, la zona estaba empapada de Black Sabbath y de ocultismo. En la cercana Breedon Hill, se registraba el último sacrificio humano y la gente todavía creía en el arte de la brujería. Aleister Crowley, la supuesta Bestia 666, nació en aquella misma calle.
Su entrada en Iron Maiden lo motivó para alquilar una habitación en una casa de Stamford Brook, en West London, y así vivir más cerca de las oficinas de la banda. Ya era un músico con trabajo fijo y gozaba de unos ingresos de 100 libras semanales. Atrás quedaban las 30 libras a la semana que cobraban sus nuevos compañeros tras firmar su primer contrato discográfico por tres discos con EMI, “porque Rod era bastante tacaño con el presupuesto”, se quejaba Harris.
De todos era sabido que la imagen del frontman y su primer nombre artístico no eran del gusto del manager, así que en su primer día de presentación como vocalista de Iron Maiden en las oficinas, Smallwood le dio un toque de atención: “¿Por qué Bruce Bruce? ¿Te llamas Bruce Dickinson? Pues te llamaremos así. Y pareces un roadie. Toma 30 libras y cómprate otra ropa”. Fue uno de otros tantos encontronazos que nunca olvida. “Le pregunté a Clive cómo podría parecerme a un hijo de puta. Él me lo dijo: chaqueta de cuero de motorista, camiseta de rayas, zapatillas blancas altas… el único problema eran los pantalones vaqueros ajustados. Pagué en efectivo y le di su cambio a Rod junto con el maldito recibo”.
En el aspecto musical, la entrada de Bruce Dickinson ilusionaba más que su pericia para doblar los bajos de sus jeans porque le quedaban largos. Visto con la perspectiva del tiempo y con el hueco en la Historia que ya se han ganado por derecho propio, la elección no pudo ser más acertada. Aunque su sonido se volviera ligeramente más comercial y refinado, “el grupo pasó a otro nivel. Fue algo inmediato”, mencionaba Dave Murray.
Los ejecutivos de la compañía también aprobaban el cambio de cantante, ya que le aportaba una visión más artística. Aunque los seguidores de Di’Anno lo comparaban con una “sirena antiaérea”, su registro vocal le daba otra dimensión al sonido de la banda. Pero había que ponerse manos a la obra y grabar un tercer álbum. En aquella época, los grupos tenían que publicar un nuevo disco cada 14 meses a mucho tardar, y de nada servían los elogios si el material no tenía calidad.
Las grabaciones del tercer álbum: una prueba de fuego
Iron Maiden trabajaba bajo presión, pero también aprendía de sus errores del pasado. Steve Harris no estaba contento con la producción de su debut homónimo, y aunque este aspecto mejoró en la segunda entrega, las canciones no tenían el nivel que hubieran deseado. Era algo que no tardarían en reconocer y lo achacan a la escasez de tiempo para la composición.
Tampoco era un factor que tenían de su parte para este tercer disco. “Todas las canciones compuestas ya habían dado de sí y es cuando comenzó la presión: cuando tienes que componer canciones en un periodo de tiempo”, admitía el bajista. Sin duda, la ayuda a nivel compositivo de Adrian Smith fue más que afortunada. “Empecé a componer más. Había muchas ideas. Se notaba. Pensé que sería algo especial. Recuerdo que fui a la casa de Steve, que creo que vivía con su abuela, y me mostró la idea que tenía para ‘The Number Of The Beast’. Me pareció increíble. Tenía un ritmo muy diferente”.
Sin ser totalmente cuidadosos con el material que tenían entre manos, fueron al estudio Battery de Willesten. La experiencia fue gratificante para todos los miembros de la banda, ya que contaban de nuevo con el ya fallecido Martin Birch, después de la hermandad que iniciaron en ‘Killers’. En cambio, para Bruce Dickinson fue todo un calvario. Martin lo volvía loco cada vez que le pedía innumerables repeticiones de sus líneas vocales. El productor recuerda que “cuando hicimos ‘The Number Of The Beast’, le pedí a Bruce que lo repitiera mil veces porque sabía lo que quería. Acababa tirando sillas, chillando, gritando y se iba a casa con dolor de cabeza amenazando con no volver a cantar. Pero pienso que ahora, cuando lo escucha, se da cuenta que tenía razón”.
No faltaba a la verdad y muchos años después, el vocalista mantiene esas imágenes en su cabeza. Aprendió mucho a pesar de la frustración inicial, porque quería mostrar su abanico vocal y el productor no estaba interesado en ello. De forma puntual evoca la grabación de la primera parte de la canción que le da título al disco. Martin, Steve y el cantante se pasaron todo el día y la noche con las dos primeras líneas, y la secuencia de apertura y el espeluznante grito inicial lo repitió hasta la saciedad.
Birch intentaba consolar a un Bruce Dickinson lleno de odio y de ira: “Ronnie James Dio tuvo el mismo problema en ‘Heaven And Hell’. Vino con la misma actitud que tú. No. Tienes que resumir toda tu vida en la primera línea. Todavía no la oigo. Toda tu vida está en esa línea. Es tu identidad como cantante”. Después de un largo descanso y un paseo para dejar su mente en blanco, comenzó a ver la diferencia entre cantar una línea y vivirla. “Fue como si Martin fuera un abrelatas y yo una lata de frijoles. Cuando apareció una grieta en mi presa autoconstruida, se produjo la inundación. El muro que yo construí era mi ego. Todo el mundo lo necesita, especialmente delante de cien mil fans, pero no hay que llevarlo al estudio”. Quizás, por todo este esfuerzo vocal y espiritual, “The Number Of The Beast” es una de las mejores canciones de heavy metal de todos los tiempos.
Sin embargo, las semanas de grabación y de mezclas en pleno invierno durante varias semanas de enero y febrero, también tuvieron sus momentos divertidos y anecdóticos en un estudio que se parecía a una zona de obras. Al parecer, en la parada de autobús cercana, una persona fue asesinada y la silueta marcada con tiza de la policía permaneció varios días. Martin Birch también fue el protagonista de un par de historias dignas de contar fuera de las paredes del estudio.
Un día, su Range Rover fue golpeado por un radiotaxi ocupado de monjas, y el coste de la reparación de su vehículo sumaba 666,66 libras en factura. Las mofas por parte de los miembros de la banda sobre posibles maldiciones y posesiones diabólicas no se hicieron esperar. Le tenían mucho respecto a nivel profesional y aun así, Birch era una de las dianas preferidas por los músicos de Iron Maiden. En los créditos de ‘The Number Of The Beast’ aparece como Martin “Granjero” Birch, porque cuando acudía a los ensayos en su todoterreno, siempre traía pedazos de paja pegados a sus botas.
Es cierto que existe cierta leyenda urbana sobre estas grabaciones, en la que se asegura que ocurrieron fenómenos paranormales. Las luces se encendían y apagaban de forma inexplicable, y en las cintas se oían lamentos y gemidos que no se podían justificar. Parte de dicho misterio fue resuelto por Bruce Dickinson muchos años después, y esas voces fantasmales tenían nombre y apellidos: “Era Steve ‘Maligno’ Harris. Steve insistía en estar de pie al lado de su bajo al grabar. Llevaba auriculares y no era consciente de su canturreo vigoroso y rítmico”. Después de cinco semanas de grabación y mezclas, ‘The Number Of The Beast’ estaba terminado.
“Cuando haces un disco o una canción, no piensas ‘esto es un clásico’. Piensas que el disco tiene fuerza. Te sientes orgulloso y tienes confianza”, contaba Harris. En ese momento, Iron Maiden no eran conscientes de que había grabado uno de los mejores discos de la historia del heavy metal y de la música en general. Pero su productor confesaba que, con este álbum, tuvo la misma sensación que cuando trabajaba con Deep Purple para ‘Machine Head’. Como despedida, Martin puso el disco ya mezclado con el volumen muy alto. Al finalizar, rompió varios cables de la mesa de mezcla y se marchó anunciando que el día siguiente se lo tomaba libre. Habían sido unas semanas agotadoras.
Éxito casi instantáneo
El 22 de marzo de 1982 se ponía a la venta ‘The Number Of The Beast’ y las reacciones fueron inmediatas. Su portada era lo primero que llamaba la atención, y era obvio que siempre ha sido una de las metas de la banda. “A Derek Riggs -creador de Eddie y de las portadas clásicas del grupo- le sugerimos una yuxtaposición”, relataba Rod Smallwood. “¿Quién es el malo? ¿Eddie o el diablo? Tienes al diablo como marioneta de Eddie. Es material clásico”.
Otros sectores de la sociedad no eran tan entusiastas. Adrian Smith relata que en una ocasión iban a salir en televisión y antes “la presentadora miró la portada. Vimos entre bastidores la cara de horror que puso. Nos echaron del programa. La gente se quedó alucinada”. Mientras que en Europa las críticas de su artwork eran mínimas, los grupos católicos y conservadores de Estados Unidos no tardaron en hacer mucho ruido, y acusaban a la banda de ser satánica. Organizaron quemas públicas de sus discos en primera instancia, y luego se decantaron por destrozarlos a martillazos por miedo a la inhalación de los humos de los vinilos quemados. La salud, ante todo.
Pero estos actos o los boicots que sufrieron en la posterior gira por parte de estos grupos religiosos, no amedrentaron al grupo. Todo lo contrario, porque según cuenta Dickinson “nos dio mucha publicidad. Los chavales que compran discos decía: la derecha religiosa quema sus trabajos. Compremos media docena”. Pese a que esa aura satánica envolvía a Iron Maiden en aquellos tiempos, la banda siempre negaba de forma pública posibles prácticas o creencias relacionadas con el diablo.
El aspecto musical era otro tema, y no eran pocos los periodistas que ya lo describían como una obra maestra del heavy metal. En nuestro país, en el número de la revista Popular Uno de abril de 1982, Joan Singla firmaba al grito de ¡Up The Irons! al final que “no hay duda que con Iron Maiden tenemos a un grupo fortísimo para el futuro más cercano de la música rock”. No deja de ser curioso que a estas alturas de la carrera de los británicos, muchos medios enmarcaran este disco dentro del rock duro. El caso es que Iron Maiden siempre se ha sentido cómodos con la etiqueta de heavy metal y por ello, el mérito en una época en la que se prestaba especial atención al punk, era aún mayor.
Se esperaban buenas cifras de ventas porque antes de su lanzamiento, en febrero, se despacharon casi doscientas cincuenta mil copias en el Reino Unido de primer single “Run To The Hills”. Obviamente, superaron todas las expectativas. Ajenos a los aspectos económicos, Iron Maiden ya había iniciado por su país su “The Beast On The Road World Tour 1982” y cuando en abril de ese mismo año ‘The Number Of The Beast’ alcanzó el número uno en las listas del Reino Unido, la banda se encontraba en plena carretera.
Este hito se le comunicó vía telegrama mientras empujaban el autobús de gira en Winterthur, Suiza, porque el conductor había fundido la batería al dejarse las luces encendidas. La noticia fue recibida con entusiasmo, pero acto seguido dedicaron todo su empeño en intentar arrancar un autobús de 30 asientos para llegar a tiempo a su próximo show. “Recibimos la noticia y mira… Pero es eso, ¿no? Una forma de compensar”, rememoraba el guitarrista Dave Murray. EMI no tardó mucho en ampliar el primer contrato discográfico con Iron Maiden y sentirse más que satisfechos al elegirlos antes que a Def Leppard, ya que el presupuesto en 1980 solo alcanzaba para contratar a un grupo de rock. Es lo que se llama acierto comercial.
Un manual de canciones clásicas
Sin lugar a dudas, el éxito de ‘The Number Of The Beast’ residía en sus canciones aunque el envoltorio resultara llamativo. Muchas de ellas como el tema título –que se lanzaría como segundo sencillo a finales de abril-, el potencial single “Run To The Hills” o la épica “Hallowed Be Thy Name” son clásicos indiscutibles del género, y a día de hoy se suelen incluir en sus setlist bajo riesgo de que algún seguidor se queme a lo bonzo si no suenan en sus directos.
Otras como “Children Of The Damned”, “The Prisioner” o la casi siempre injustamente olvidada “22, Acacia Avenue” han terminado relegadas a un segundo plano en la actualidad, pero en su día sirvieron para demostrar el enorme potencial de Iron Maiden. Riffs imaginativos, solos de guitarras memorables, cambios de ritmos inesperados; un sinfín de recursos.
En cambio, “Invaders” -pese a que nadie puede imaginar un comienzo más rompedor para este trabajo- o “Gangland” han acabado diluyéndose dentro de su vasta discografía. Esta última recibía el crédito de su batería Clive Burr y la decisión de incluirla en el disco no era compartida por todos los componentes. Aunque la mayoría pensaba que era demasiada buena para que fuera la cara B del single “Run To The Hills”, Bruce Dickinson consideraba que dicho sentimiento era presuntuoso, ya que no tenían nada más con lo que compararla.
El recién llegado coincide con muchos seguidores y mirando en retrospectiva afirmaba que “la única decepción fue la elección de la cara B. Con “Gangland” destinada para el álbum, no teníamos canciones libres salvo “Total Eclipse”, un presagio excelente de catástrofe global, cambio climático y tiempos del fin. Supongo que fue una buena cara B inesperadamente”. El grupo intentó enmendar su error y las versiones posteriores remasterizadas sí que aparecía “Total Eclipse” -también con créditos de Burr y Dave Murray- como parte del álbum.
Las composiciones estaban firmadas por Steve Harris en su mayoría, con varias aportaciones de Adrian Smith, además de las citadas de Burr y Murray, pero se sabe a ciencia cierta que Bruce Dickinson participó de forma activa en “Children Of The Damned”, “Run To The Hills” y “The Prisioner”. Para evitar problemas contractuales con su anterior grupo, Samson, todo quedó en una “contribución moral” a la luz pública. Samson, por cierto, se derrumbó tras la salida de Bruce Dickinson.
Hay dos partes narradas en este trabajo. Una es de la Biblia, en la introducción de “The Number Of The Beast”, y la otra tiene también función de intro en “The Prisioner”. Esta última pertenecía a una serie de televisión kafkiana del mismo nombre y para evitar problemas legales, el manager llamó por teléfono para pedir permiso y usar la frase “no soy un número, soy un hombre libre” por sugerencia de Dickinson.
Patrick McGoohan, creador y estrella de The Prisioner y propietario de los derechos no tenía ni pajolera idea de quiénes eran Iron Maiden, por lo que les concedió el permiso sin ningún tipo de impedimento ni gratificación económica. El caso de una de las visiones más famosa del Libro de la Revelación del Apocalipsis de la Biblia era distinto, más que nada porque querían incluir en la grabación la versión de Vincent Price. Tenía la fama de que no se levantaba de la cama por menos de diez mil dólares, así que Bruce Dickinson llamó a una persona que trabajaba en un programa de radio sobre historias de fantasmas que se emitía a media noche en Radio Capital de Londres.
No había intención implícita de timo, pero a día de hoy, mucha gente piensa que es la voz de Price la que recita “Dolor para ustedes, Tierra y Mar. Pues el diablo ha mandado a la bestia con ira, porque él sabe que el tiempo es corto. Aquí reside la sabiduría. El que tiene entendimiento reconocerá el número de la Bestia. Porque el número es el de un hombre, y su número es 666”.
Una gira interminable
Rod Smallwood era un manager obsesionado con tenerlo todo bajo control. Planificaba las actividades de Iron Maiden con dos o tres años vista, así que cuando comenzó la presentación en vivo de ‘The Number Of The Beast’ el objetivo ya estaba marcado: conquistar el mundo. El dinero no era problema. A la banda le preocupaba más no poder ir de gira o no tener el equipo y las herramientas adecuadas para hacer el mejor trabajo para sus seguidores.
No se reparaba en gastos para las actuaciones, mientras que los miembros del grupo vivían modestamente en la carretera. Todos los beneficios se invertían en la gira, y no se dudaba a la hora de comprar equipos más potentes. Debido a la popularidad creciente de la banda y al tamaño de los recintos de sus conciertos, estos equipos quedaban obsoletos a las pocas semanas.
El “The Beast On The Road World Tour 1982” arrancó el 25 de febrero en el Queensway Hall de Dunstable, jugando en casa. Por delante les esperaba una enorme y ambiciosa gira formada por más de 180 conciertos en diez meses, pero con las capacidades escénicas y vocales de un nuevo vocalista en una banda hecha por y para el directo, el cielo era el límite. Después de su periplo inicial por Reino Unido, a finales de marzo asaltarían Europa hasta comienzos de mayo. A los pocos días viajarían a Norteamérica hasta finales de octubre. Casi sin descanso, en noviembre volarían rumbo a Australia y Japón, siendo su show en Niggata el último de una exigente gira.
Todavía estaban lejos de presentar un escenario tan espectacular como el de su “World Slavery Tour” dos años después, pero su preocupación por sorprender a sus fans era más que patente. Eddie se había convertido en una marca identificativa de la banda, por lo que debía de gozar de cierto protagonismo en escena. Si en los comienzos del grupo era su manager o el técnico quien se disfrazaba de Eddie para sus conciertos, en esta ocasión querían una versión gigante.
La idea vino de un técnico de iluminación de la banda que había asistido a un festival de ópera. A partir de ahí, distintas versiones de Eddie, relacionadas con las portadas de los discos de Iron Maiden, han estado presente sobre el escenario. También aparecían en este tour un par de personas disfrazadas de diablos y unos bailarines de salón con el 666 colgado a sus espaldas, similar al del videoclip de “The Number Of The Beast”. Eran detalles que el público siempre agradecía como parte del espectáculo.
Habían ofrecido unos pocos conciertos cuando decidieron grabar el fijado el 20 de marzo en el Odeon de Hammersmith. Fruto de ello fue el lanzamiento del vídeo en directo “The Beast On The Road”, pero las cosas no salieron tan bien como se imaginaban. Era su primer concierto como cabezas de cartel en este mítico recinto, un templo para los miembros de la banda, ya que disfrutaron de excelentes conciertos durante su adolescencia, pero el nivel de sonido no era ni mucho menos óptimo. El mayor problema fue la iluminación, que Steve Harris calificaría como horrorosa. Aun así, y pese a que no representa el nivel que alcanzaría la banda dentro de esta misma gira, dicho documento audiovisual ocupa un lugar muy especial en los corazones de sus más neófitos seguidores.
Dentro de su tramo por Europa, Iron Maiden actuaría por primera vez en España. Los días 2, 3 y 4 de abril de 1982, Barcelona, Madrid y San Sebastián fueron testigos de la fuerza y la energía de los británicos sobre el escenario. Las entradas tenían un precio único de 800 pesetas (unos 4,80 euros) y tanto en el Palau d’Esports, como en el Pabellón de Deportes y en el Velódromo de Anoeta, comenzaron la descarga con “Murders In The Rue Morgue” -tras “The Ides Of March” sonando como intro- y finalizaron con “Running Free” y “Prowler” a modo de bises. Además de una amplia selección de temas de sus dos primeros trabajos, se incluían en su set siete canciones de ‘The Number Of The Beast’ si se tiene en cuenta a “Total Eclipse”.
Las sacrificadas fueron “Invaders” y “Gangland” y, salvo en contadas ocasiones que interpretaron alguna que otra versión de ZZ Top o Deep Purple, poco cambió el listado de canciones en toda su larga gira. En su última autobiografía, Bruce Dickinson no olvida su actuación en Madrid, en el que intentó formar una frase que viniera a significar “sois los mejores cantantes del mundo”. Pero la traducción le jugó una mala pasada, y tras repetir la frase hasta en tres ocasiones, se pasó de los vítores al silencio. “Después de la actuación le pregunté a la compañía discográfica qué había sucedido y me aseguraron que dije que era el mejor cantante del mundo”. Confiesa que, por supuesto, estaba equivocado.
Girar por Estados Unidos se convirtió en un reto para Bruce Dickinson, ya que a diferencia de sus compañeros que sí actuaron en el país norteamericano en el tour de presentación de ‘Killers’, nunca viajó fuera del país hasta sus primeros conciertos con Iron Maiden. “Íbamos a Estados Unidos, un lugar tan imposiblemente exótico que durante una semana no pude conseguir dormir al pensar en ello”, recordaba. Un par de décadas más tarde, cruzaría el Atlántico pilotando un Boeing 747. Qué cosas.
No tenían intenciones de llevar la gira “The Beast On The Road World Tour 1982” a Norteamérica como teloneros, pero no les quedó otro remedio para darse a conocer ante un público más numeroso. Así que abrieron en la mayoría de las fechas estadounidenses para Rainbow, 38 Special, Scorpions, The Rods y de nuevo para Judas Priest. Este itinerario incluía varias fechas en Canadá, otro país que poco a poco fue creando adeptos de La Doncella de Hierro.
La vida en el autobús de gira se estaba convirtiendo en pura rutina, aunque “el Eagle estadounidense era como un burdel sobre ruedas”, y la tentación de las drogas y el alcohol siempre estaba presente entre fiesta y fiesta. “Lo que salvó a Maiden de este destino deprimente fue nuestra organización gradual hacia un triunvirato no planeado de mí mismo, Steve Harris y Rod Smallwood”, escribía Dickinson. “No era exactamente una democracia, pero al menos era un cierto tipo de autocracia dirigida”.
A finales de agosto, interrumpieron su larga gira norteamericana para hacer tres conciertos en Inglaterra. Una de estas citas estaba marcada de rojo en el calendario: el Reading Festival. Iron Maiden encabezaba la segunda jornada de uno de los festivales más importantes del momento en el que también se contaba con las actuaciones de Michael Schenker Group, Marillion, Budgie, Trust, Gary Moore, Y&T y unos españoles llamados Barón Rojo entre otros. Existe el rumor de que la formación madrileña había pagado una suma importante de dinero para formar parte del cartel. Esta información nunca ha sido confirmada ni desmentida, pero no era de extrañar, ya que en el Reino Unido era costumbre pagar en aquella época por tocar como teloneros e incluso organizar una firma de discos.
Cuenta la leyenda que la banda de los hermanos de Castro no cumplió con la tradicional puntualidad británica y estuvieron a punto de no tocar. Fue Bruce Dickinson quien les pidió a los organizadores que esperaran unos minutos más, ya que el retraso venía provocado por problemas en el transporte. El cantante de Iron Maiden salvó este icónico concierto en la carrera de Barón Rojo.
El éxito de la gira en territorio europeo y norteamericano era todo un hecho, pero no fue así en Australia. En la primera incursión del grupo en el país oceánico se cerraron fechas en dudosas ciudades y recintos para cubrir los elevados costes. Dave Murray cuenta que una de las fecha era en una especie de pequeña habitación en la que había mesas con gente comiendo. Pensaron que las quitarían cuando comenzaran a tocar, “pero no se movieron de allí. Fue divertido.
Entre canción y canción oías: Mesa 76, su filete está listo”. También fueron contratados para tocar en un bingo en medio de Wagga Wagga y el público asistente parecía que iban o venían de jugar al golf porque vestían con ropa de punto. Estas situaciones enfurecían al manager de la banda, pero como en muchas otras primeras visitas a diferentes países, donde se siembra, se recoge.
El recibimiento de Japón fue totalmente distinto, aunque no estuvieran a un nivel de llenar un Budokan y sus conciertos se celebraban en teatros de medio aforo. El país nipón era un referente para los grupos de rock, y para Iron Maiden no fue una excepción. Su idilio con el país asiático sirvió como culmen de una gira de 187 conciertos y de un año que cambió el rumbo de la historia de la banda. Grabación de un nuevo disco, número uno en listas y una gira cargada de éxitos por Europa, Norteamérica y Asia. Los miembros de Iron Maiden estaban exhaustos, y en el ocaso de 1982 la bomba estalló: el batería Clive Burr fue expulsado de la formación.
En busca del equilibrio (otra vez)
Los motivos no fueron muy claros en su día, y su salida se justificó como “diferencias artísticas”. Un excusa algo vana si se tiene en cuenta la escasa aportación compositiva de Burr. Las causas venían por otros derroteros, pero lo más importante era proteger la imagen de la banda. Al igual que Paul Di’Anno, el batería inició un camino hacia la autodestrucción a base de drogas y alcohol, y que en mitad del tour norteamericano tuviera que viajar de urgencia a Londres para enterrar a su padre, no arreglaron las cosas.
La relación con Steve Harris se fue rompiendo, aunque el líder del grupo aseguraba que “le pedimos tres meses para que se aclarara, y no lo hizo”. La estresante agenda de Iron Maiden en pleno ascenso al reinado del heavy metal, no permitía una parada en seco. “Con el tiempo se podría haber solucionado, pero no teníamos tiempo”, explicaba Adrian Smith.
Por su parte, Bruce Dickinson sí entonaba el mea culpa, y reconocía tiempo después que Burr no recibió el apoyo que necesitaba de sus compañeros. No le atribuye a las drogas la raíz de los problemas, pero el distanciamiento del batería con el líder de la banda era cada día mayor. La tensión llegó hasta tal punto que durante un concierto en St. Louis, Clive tocó a cámara lenta como protesta, ya que Harris le exigía que golpeara su batería más rápido. Que Dickinson sacara una almohada y dos mantas y fingiera que se iba a dormir, no fue la solución.
“No quería irme. Me pidieron que me fuera”, espetaba Clive Burr diez años después de que le diagnosticaran esclerosis múltiple en 1994. El tiempo apremiaba y los planes de Iron Maiden pasaban por viajar en el día de Año Nuevo de 1983 a Nueva Jersey para comenzar con las grabaciones de ‘Piece Of Mind’. El elegido para tomar las baquetas fue Nicko McBrain, al que ya admiraban y conocían de los franceses Trust.
Precisamente fue la banda en la que terminó recalando Clive Burr después de su breve paso por Alcatrazz, liderada por Graham Bonet y decidida a asentarse en Estados Unidos. La entrada de McBrain fue acogida de forma entusiasta, porque poseía técnica y energía con sobrada solvencia. Junto con Steve Harris, Bruce Dickinson, Dave Murray y Adrian Smith, Iron Maiden completaba la que se considera su formación más clásica y la que dominaría el mundo durante los diez años siguientes. Se volvió a conseguir el ansiado equilibrio.
Años más tarde Iron Maiden no se olvidó de Clive Burr cuando el tratamiento de su enfermedad le dejó sumido en una gran deuda. Sus antiguos colegas le dedicaron una serie de conciertos benéficos a la vez que fundaba Clive Burr MS Trust Fund para solventar su delicado estado financiero. El 12 de marzo de 2013 fallecía en su casa de Londres debido a las complicaciones de su enfermedad. Tenía 56 años. Los seguidores de los londinenses siempre recordaran su gran aportación en los tres primeros discos de la banda. Sobre todo en ‘The Number Of The Best’, el álbum con el que dieron el puñetazo más fuerte sobre la mesa. “Me lo paso genial cuando lo escucho”, recordaba Clive Burr con orgullo. “En mi opinión, es el mejor disco de Iron Maiden”.
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