Más allá del componente didáctico que tendría la incorporación de los rockeros al cartel de un evento masivo y que dista mucho de su ecosistema habitual, hay un componente de orgullo. Del mismo modo que en Coachella, ver a unos AC/DC en tremendo estado de forma, con sesenta y tantos años, volarle la cabeza a un montón de modernos y demostrarles lo que es la música de verdad hecha con instrumentos de verdad y con las axilas sin depilar es toda una gozada.

Desde que Malcolm Young, férreo administrador de la integridad indisoluble de AC/DC, se retirase de la banda debido a una enfermedad degenerativa, la mítica banda escocesa-australiana ha optado por lanzarse a probar cosas nuevas. Cosas que, con Malcolm al mando, no sucedían.

Pongamos por caso el asunto de los festivales: AC/DC son la banda anti-festival. No les hace falta. Pueden tocar en cualquier estadio y llenarlo con un simple chasquear de dedos. 60.000 entradas vendidas. Tal que así. En dos horas. Fue toda una obra de ingeniería y psicología que el grupo terminase tocando en el Download Festival de 2010. Se hizo bajo dos premisas. Una: que AC/DC deberían tener su propio escenario en el que solo ellos tocarían. Dos: que Malcolm era consciente de la apuesta que Maurice Jones había hecho en 1981 cuando pidió a AC/DC ser los cabezas de cartel de la segunda edición del festival de Donington. Con su fallecimiento en 2009 por honrar y los 30 años del festival de Donington por conmemorar, el guitarrista dio el brazo a torcer y vio con buenos ojos que AC/DC volviesen a encabezar un festival. Algo que no habían hecho desde 1991 en el mismo lugar exacto.

Ahora es 2015, la banda está enfrascada en una gira que todo el mundo presupone la última y la firme correa con la que Malcolm había tenido atado al perro todo este tiempo ya no está. Así pues, AC/DC sorprendieron a todo el mundo anunciando que serían cabezas de cartel durante los dos fines de semana del festival Coachella de Indio, California. También existen insistentes rumores que los sitúan en Glastonbury 2016. En ambos casos se trata de dos festivales con un público radicalmente distinto al de AC/DC. Algo orientado a que la banda llegue a un grupo demográfico muy distinto al que han tenido toda la vida. Hoy en día, AC/DC se han convertido en un fenómeno de masas que está por encima del rock y del heavy metal y de todos los géneros musicales. Han pasado a ser una de esas bandas que “hay que ver” en directo. Un status que solo ellos, Springsteen, Bon Jovi, Rolling Stones o Madonna tienen hoy en dia.

Así pues, no sería para nada una rareza pensar en AC/DC formando parte del cartel de un festival que se encuadra dentro del mismo sector que Coachella, Glastonbury, Reading/Leeds y similares: el Primavera Sound.

El Primavera Sound tiene tradicionalmente una voluntad de incorporar el rock duro en su programación, aunque generalmente de la mano de bandas que tengan un componente musical algo rompedor (véase Nine Inch Nails, Voivod, Napalm Death o Mayhem por ejemplo). No obstante, en el pasado han apostado por un icono de la vieja escuela como es el caso de Motorhead, quienes abrieron el festival en el año 2006 (el titular de “El Mundo” en aquel entonces rezaba «Unos anquilosados Motörhead dan el pistoletazo de salida al Primavera Sound”, toda una fuente de orgullo). Sería ciertamente bonito que el festival apostase en su edición del año 2016 por un mastodonte como AC/DC para enseñar a todos esos guiris de mapa y espalda quemada que en Barcelona no solo vamos al Apolo, sino también al Rocksound y al Bóveda.

Más allá del componente didáctico que tendría la incorporación de los rockeros al cartel de un evento masivo y que dista mucho de su ecosistema habitual, hay un componente de orgullo. Del mismo modo que en Coachella, ver a unos AC/DC en tremendo estado de forma, con sesenta y tantos años, volarle la cabeza a un montón de modernos y demostrarles lo que es la música de verdad hecha con instrumentos de verdad y con las axilas sin depilar es toda una gozada.

http://www.youtube.com/watch?v=f5Ha0saR3Ik