Es muy posible que el Calderón no sea el Ritz y que 2017 no sea 1988, pero esta encarnación reunificada de Guns N’Roses ofrece todo lo que un grupo de treinta y dos años de historia puede ofrecer. No podemos esperar que las cosas permanezcan inmutables con el paso de los años.

La gira de reunión de Guns N’ Roses está siendo uno de los acontecimientos del año en nuestro país. Es ese perfil de gira donde los medios generalistas emplean a un redactor a escribir cosas como «Las 18 peleas más famosas de Axl Rose», artículo que por otra parte sería mas previsible en esta misma web. Salen en las noticias. La reventa hierve. Los fans se cabrean porque las entradas se agotan un mes antes de ponerse a la venta. Los sarcófagos llenos de rockeros que no van a un concierto desde la última gira de AC/DC se abren y acuden en masa. Los youtubers de turno se hacen selfies en el golden circle. Ya saben, todos los tics habituales de estos acontecimientos. Y que dure. La era del stadium rock está dando sus últimos coletazos y hay que vivirlo con todas sus cosas positivas y negativas. Además, si Axl Rose es capaz de llegar a la hora a sus propios conciertos, el resto de mortales podemos pasarnos la mañana recargando la web de Ticketmaster en bucle. Es un nimio esfuerzo en comparación con lo de Rose.

La principal diferencia entre el concierto de Bilbao del martes y este de Madrid es que uno sufrió para vender entradas y otro llevaba agotado desde el primer día. El feeling en el estadio es muy distinto cuando el público lleva medio año agarrado a sus tickets que cuando los consigue quizá la semana antes. Hay histeria, hay tensión y hay una química muy distinta en el aire.

Así pues, el Vicente Calderón de Madrid recibió a Guns N’ Roses con una efusividad digna de las grandes ocasiones. Veinticuatro años después del último concierto de la banda en un estadio madrileño, ahí estaban. Casi reunidos de verdad. A falta de Izzy y Steven, el trio que conforma el nucleo duro de la banda estaba en plena forma, comandando un escenario gigante ante una multitud deseosa de ver como Slash y Axl no se cruzan una mirada en todo el show. Hay más feeling entre Puigdemont y Rajoy. Pero tanto da: la multitud ruge cada vez que aparecen en el mismo plano en las pantallas de video. Si luego cada uno se va por un lado distinto del escenario forma parte de esa esfera privada que, cuando se saca a la luz, suele destruir el bonito sueño del rock and roll.

Han corrido ríos de tinta en estas 24 horas posteriores al concierto del Calderón. Para resumir brevemente lo que se ha dicho: un 50% dice que fue una castaña de concierto y el otro 50% dice que fue un gran show. La verdad, como siempre, está en algún punto intermedio. Lo cierto es que la banda estaba con más ganas que en el show de Bilbao, el cual se hizo algo pesado en la parte central y donde la banda dio síntomas de cierto letargo, al menos hasta que llegó el sprint final de hits y participación del público. Lo que también es cierto es que a este concierto de Guns N’ Roses le sobran siete u ocho canciones. Si has estado tocando en recintos más pequeños durante años porque al gran público no le interesan las nuevas canciones, no abuses de ellas cuando vuelves a los estadios ( y tres de ellas es abusar, considerando el déficit de atención del respetable hoy en día). Así pues, la mayor parte de lo que venía de “Chinese Democracy” fue recibido con un silencioso bostezo por parte del Calderón. Otra fan, a mi lado, simplemente gritó “joder, qué plasta” en referencia al ahínco de Rose por esas canciones que no están en “Appetite for Destruction” ni los dos volúmenes de “Use Your Illusion”. Y es más: incluso algunas selecciones de los llamados “clásicos”, como “Coma”, fueron poco acertadas. El público parecía que había sido inducido a uno. Los solos y versiones también podrían acortarse (diez minutos de “Knockin’ on Heaven’s Door” sin más sustancia que hacer cantar al público, la versión de “Wish You Were Here”, la outro de “Layla”…) o condensarse de algún modo. En resumidas cuentas, con 45 minutos menos, aquello habría sido una gran noche y la sensación del público habría sido muy distinta.

La banda salió a escena unos minutos antes de las 21:30h. Según nos comentaba alguien desde dentro de la crew, el grupo tenía tantas ganas de tocar en Madrid que quería salir cuanto antes al escenario. Y le creemos, porque salieron con ganas. La apertura fue, como siempre, con “It’s so Easy”, “Mr. Brownstone” y “Chinese Democracy”, las tres prácticamente hiladas de manera continua. La bienvenida inicial del público palideció, no obstante, frente al momento en que se escucharon los acordes de “Welcome to the Jungle”. Es como si el concierto acabase de volver a comenzar. El rugido fue inmenso.

En lo que a sonido se refiere, el Calderón tuvo un sonido bastante decente. Quienes dicen lo contrario no estuvieron en Bilbao, donde el nuevo techo de San Mamés fue el principal enemigo de la sonorización del show. He visto conciertos sonar mejor en el Calderón, pero también es cierto que según donde te coloques, el resultado puede ser bastante infernal (las gradas laterales superiores son infames en lo que a recepción de sonido se refiere). En la pista, la cosa era relativamente decente, excepto en casos como el piano de “November Rain”, donde la ecualización no era la más adecuada.

El público del concierto merece punto y aparte. Según en la zona del estadio en la que te colocases, te encontrabas una cosa u otra. El golden circle estaba lleno de una combinación de borrachuzos a los que le importaba más bien poco en qué concierto estaban, más allá de hacer los cuernos con la mano y dar saltos asincopados, una colección de casuales que no sabían muy bien qué tema estaba sonando pero a los que “Sweet Child o’ Mine” les sonaba de algo y una buena cantidad de fans acérrimos que han preferido pagar más por estar más cerca. De la valla de mitad del estadio hacia atrás y en las gradas, estaban los fans más fieles, los que se pegaron la mañana para intentar conseguir sus entradas pero no dispuestos a pagar el extra del golden circle. No obstante, la enorme cantidad de público casual que aparece en estos conciertos es motivo de discusión habitual entre los fans de toda la vida. ¿Donde está esta gente el resto del año? ¿A qué otros shows de rock acuden? ¿Conocen algo más allá de los cuatro hits de turno?

Volviendo un poco a las canciones que sonaron, fue una gozada escuchar temas que no suenan desde hace tiempo, como “Double Talkin’ Jive”, “Estranged” o “Civil War”. Mucho mejor es escuchar con el feeling adecuado otros como “Rocket Queen”, donde el largo solo de Slash fue de lo mejor del concierto. Pese a que no se miren en todo el show, no cabe duda de que la química que aporta tener a Slash sobre el escenario jamás la iban a poder aportar mercenarios como DJ Ashba o Bumblefoot. Y ya no solo se trata de química: las manos de Slash, su vibrato, la calidez de su tono, son imposibles de sustituir. Puedes tener la misma guitarra y el mismo amplificador, pero no vas a ser Slash por mucho que lo intentes.

Igual que en los demás conciertos de la gira, hubo espacio para una sentida versión de “Black Hole Sun” de Soundgarden, en homenaje a Chris Cornell. El estadio mostró su aprobación y fue uno de los momentos más emotivos de la noche. No obstante, vino seguida por “Coma”, que volvió a bajar la intensidad del show. El solo de guitarra de Slash, seguido del eterno “Sweet Child O’ Mine” volvieron a levantar al estadio. “Outta Get Me” mantuvo el ritmo, pero “Wish you Were Here” y la outro de “Layla” volvieron a bajar las revoluciones. Eso si, cuando comenzó a sonar “November Rain”, el estadio se inundó de luces de móvil y nadie perdió detalle en los siguientes nueve minutos. Era uno de los momentos de la noche. Slash se coronó ante un Calderón deseoso de coronarle, el último de los guitar heros, de esos que todo el mundo sabe identificar.

El show, en su parte principal, llegó a su fin con “Knockin’ On Heaven’s Door”, con una larga sección central de colaboración con el público, y un cañero “Nightrain”, donde la banda se vació a base de bien, con Slash y Richard Fortus corriendo de lado a lado del escenario.

Los bises llegaron tras apenas un par de minutos de descanso. “Don’t Cry”, el “The Seeker” de los Who y la esperada “Patience”, sirvieron de previa a un tremendo “Paradise City”, donde el grupo ofreció todo aquello que esperas de un último tema en un show de estadio: pirotécnia, carreras, confetti, una banda acelerada que se pasa la claqueta por el forro y un gran final con acoples y lo que viene siendo ‘rocanrol’ por un tubo. El plano final, con el micro de Axl Rose volando por el cielo del estadio hasta caer en las manos de algún suertudo fan (símbolo de que el show ha gustado al divo), fue la confirmación de que aquello había sido una buena noche.

Es muy posible que el Calderón no sea el Ritz y que 2017 no sea 1988, pero esta encarnación reunificada de Guns N’Roses ofrece todo lo que un grupo de treinta y dos años de historia puede ofrecer. No podemos esperar que las cosas permanezcan inmutables con el paso de los años. No podemos pretender ser más viejos pero que Guns N’ Roses no lo sean. Son obviedades, pero a muchos se les olvida porque piensan que pagar 100€ de entrada les dan la licencia para exigir que el grupo retroceda veinticinco años en el tiempo. Esto es lo que hay, es lo que tenemos y es lo que -cada vez más- nos va quedando de la edad de oro del rock duro de estadios. Ahora estamos en la posición de superioridad moral com para exigir, pero cuando dentro de quince años ninguna de estas bandas esté en activo, todos hablaremos del gran concierto que Guns N’ Roses hicieron en la noche del 4 de Junio de 2017 en el Calderón. Y enseñaremos las selfies.

Promotor:Live Nation

Día:04-06-2017

Hora:20:30

Sala:Estadio Vicente Calderon

Ciudad:Madrid

Puntuación:8