The Black Crowes reúnen en Barcelona a la generación Discos Revolver
Hay conciertos que tienen más peso emocional que otros. Estoy habituado a ver conciertos de bandas que acuden a nuestro país una vez tras otra a hacer el mismo show (véanse los casos recientes de Amon Amarth, Arch Enemy, etc) para luego volver a pasearse por festivales y vuelta a empezar. Conciertos donde, realmente, nada demasiado especial flota en el aire. Por mucho que los grupos sean profesionales, toquen bien y a sus fans les encante el concierto y consigan una púa y se compren una camiseta.
Había algo especial flotando en el ambiente cuando, en una insulsa noche de domingo, The Black Crowes salieron al escenario del Sant Jordi Club de Barcelona. Ya no solo por la espera pandémica para poder ver, finalmente, dos fechas en lugar de una sola de la mítica banda de rock noventera. En el fondo, lo que allí se dio fue una ceremonia de reencuentros y un rito de reafirmación generacional que iba más allá del simple concierto, aunque sin duda, eran The Black Crowes el hilo conductor de todo aquello.
Cuando apenas diez minutos antes de salir el grupo al escenario aún estaban entrando cientos de personas al recinto, a las que probablemente se le habían alargado las birras pre-concierto en las inmediaciones de la montaña de Montjuic, el ambiente era de gran ocasión. Diantres, si Chris y Rich Robinson podían volver a subirse a un escenario juntos es que teníamos mucho que celebrar.
Y sí, podemos comenzar a polemizar sobre si aquello no es digno de llamarse The Black Crowes porque Steve Gorman o Marc Ford ya no están en la banda a día de hoy pero ¿sabéis qué? Si suena, camina y se mueve como The Black Crowes, son The Black Crowes. A estas alturas de la película, con infinidad de bandas mutantes -algunas sin ningún miembro original como Foreigner- deberíamos comenzar a asumir que lo importante es el cancionero y no que las bandas mantengan sus formaciones originales a costa de que sus miembros terminen matándose entre sí a media gira.
4.000 personas colmando el Sant Jordi Club
Al público tampoco pareció importarle demasiado. Con un ambiente eléctrico y más de 4.000 personas en el recinto, allí estaba todo el que tiene a bien etiquetarse como rockero en la Barcelona absurda post-moderna de 2022. Allí estaba lo que yo llamaría la generación Revolver: quienes crecieron comprando discos en la clásica tienda de la calle Tallers. Quienes probablemente descubrieron a los Crowes por una recomendación de Jesús Moreno muchos años atrás. Quienes poblaban el Rocksound cuando aún seguía en pie en Almogavers. Y, evidentemente, el público Azkenero, fieles devotos al festival de Vitoria. La Pedrola, el Oscar Moon, Alfredo… todo caras conocidas de aquellos que han vivido el verdadero rock and roll cuando éste aún importaba.
Cuando las luces se apagaron a las 21:00h, se encendió un jukebox situado en un lateral del escenario y un roadie procedió a meter una moneda y hacer que comenzase a sonar el “Shake Your Money Maker” de Elmore James. La banda, en la parte trasera del escenario, compartía unos chupitos en una barra de bar. Segundos después, los músicos se colocaban sus instrumentos y Rich Robinson hacía suyo el lado izquierdo del escenario, mirando al público con esa expresión impasible que debe servirle igual para un incendio que para haber ganado la lotería. Ahí arrancó con el riff de “Twice As Hard” entre el jolgorio de un público que no veía a la banda en Barcelona desde que los cuervos teloneasen a Aerosmith allá por Julio de 1999. En cuestión de segundos, Chris Robinson se materializó sobre el escenario con un paraguas de la banda y pavoneándose con ese deje tan Jagger/Plant/Bowie que caracteriza sus movimientos escénicos.
Con “Jealous Again” y una reposada “Sister Luck” cargada de feeling la banda se metió al público en el bolsillo sin problemas, procediendo a desgranar tema tras tema su clásico disco de 1990, el que les encumbraría rápidamente y haría de ellos una leyenda del rock de raíces sureñas en una época en la que precisamente lo que ellos tocaban era una anomalía en la industria.
Un setlist con ausencias justificadas
Si bien el planteamiento de tocar el disco en su totalidad era acertado, dejaba fuera muchas canciones que podrían haber sonado en la noche del domingo. Desde un “Kickin’ My Heart Around” hasta un “Soul Singing” de aquel ya lejano “Lions” de 2001. Pero todos sabíamos a lo que veníamos y pese a las ausencias de algunos de sus singles más comerciales de los últimos 90, recuperar temas como “Struttin’ Blues” o “Seeing Things” mereció la pena.
Tras el set principal, la banda recuperó “Goodbye Daughters of the Revolution” de su más reciente “Warpaint”, “By Your Side” del disco del mismo título, un guiño a “Amorica” en forma de “Wiser Time” y un cierre de altura con la larga y desarrollada “Thorn in My Pride” que tuvo crescendos auténticamente electrizantes y un “Remedy” que puso a saltar a todo el recinto.
Para el bis, como viene siendo tradición, la banda desempolvó el viejo “Moonage Daydream” de Bowie, que suelen alternar con “Rock & Roll” de la Velvet Underground. El público, satisfecho, se encaminó a la salida con la idea de que quizá habían visto a uno de las últimas grandes bandas de rock sinceras y reales. Los cuervos son herederos de otra época: cuando los músicos tocaban instrumentos, componían canciones orgánicamente y los algoritmos no decidían dónde colocar una nota.
Fue refrescante, sin duda, volver a 1990 durante algo menos de dos horas para ver a un grupo artesano de sus canciones desgranar su historia con elegancia y precisión. Después de haber visto la noche anterior a uno de esos grupos europeos de metal hiper-tecnológico medido, algorítmico y carente de alma, lo de los Crowes fue una gran manera de finalizar la semana volviendo a los orígenes.
Texto y fotos: Sergi Ramos
Promotor:Live Nation
Día:2022-10-16
Sala:Sant Jordi Club
Ciudad:Barcelona
Teloneros:Dewolff
Puntuación:9
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