A los Rolling Stones no les tose nadie: crónica de una noche mágica en Barcelona
¿La mejor banda de bar del mundo? Los Stones llenan el Estadi Olimpic de Barcelona con canciones eternas tras diez años sin visitar la ciudad Condal.
Hace más de treinta años que se especulaba con el fin de los Rolling Stones. Eran mediados de los 80, Mick y Keith eran más antagónicos que Rajoy y Puigdemont. Las cosas no parecían pintar bien para unos Stones que con “Dirty Work” editaban el disco menos inspirado de toda su carrera. Y después, se obró el milagro: una operación de marketing para reposicionar a los Stones en lo más alto del podio del rock mundial. Primero con “Steel Wheels” y luego con la gira “Urban Jungle”. Giras masivas, conciertos televisivos y esa sensación eterna de que “podría ser la última”, algo que los propios nunca alimentaron pero jamás desmintieron, a diferencia de maestros del engaño como Scorpions o Kiss. Esa sensación de estar asistiendo a algo único y quizá irrepetible ha sustentado la mayoría de giras de los Stones desde entonces y, a juzgar por el lleno casi absoluto del Estadi Olimpic de Barcelona esta noche, el poder de la incerteza sigue rindiendo dividendos.
Debido a las excepcionales medidas de seguridad que rodean la mayoría de grandes eventos en estos tiempos, la salida de los Stones al escenario se retrasó veinte minutos, a la vez que las colas iban menguando en los alrededores del estadio. Cinco minutos antes de empezar el concierto, aparecieron tras el escenario varias limusinas acompañadas de una escolta policial (otra cosa no, pero en estos días nos sobra policía en Barcelona). Los Stones en el estadio, el público revolucionado y al poco, las luces se marchan y la parte superior del escenario se ilumina con llamas y se enturbia con humo. “Sympathy for the Devil” comienza a sonar y el estadi estalla en un coro generalizado de “uh,uh”. Diez años han pasado desde la última visita. El público tiene hambre y es evidente desde el primer momento. Jagger sale a escena el primero, siempre la eterna estrella. Cuando se incorporan al frontal del escenario Ron Wood y Keith Richards el recinto estalla en un grito y aplauso simultáneo. Un pequeño milagro de la naturaleza se está dando ante nuestros ojos: la banda musicalmente más desvencijada de la historia está armando con enclenque pero imparable empuje uno de sus temas más polémicos y conocidos. Esto no se ve todos los días. Se ve una vez cada diez años, con suerte. Y quizá, haciendo matemáticas, esta si que es la última.
El show sigue sin dilación con “It’s Only Rock and Roll (But I Like It)”, que el estadio corea y disfruta. Es la canción que define mucho de lo que siente la gran masa rockera que ha venido desde todos los rincones del sur de Europa para ver este concierto. El nivel sube con la infaltable “Tumbling Dice”, que se desliza con esa familiaridad inevitable que le da haber pasado cinco décadas en el imaginario colectivo. Un par de números de blues (“Just your Fool” de Buddy Johnson y “Ride ‘Em On Down” de Jimmy Reed) nos devuelven a que, oye, los Stones han hecho un disco que se llama “Blue & Lonesome”, pero rápidamente nos damos de bruces con un enorme “Under My Thumb” que es recibido con inigualable fervor. El riff dramático del tema resuena por todo Montjuic con la seguridad de que cuando todos nos vayamos, el permanecerá.
Es en este punto cuando, en efecto, los Stones ya están en caliente y el show camina solo. Los primeros minutos fueron algo lentos, especialmente por parte de un Keith Richards que parecía no terminar de encontrar su sitio, al contrario que Jagger, quien estaba comandando el escenario desde el primer minuto. Puede que tengan 74 años pero una vez han pasado cuatro o cinco canciones, nunca lo dirías. Eterna juventud.
Tras un “Rocks Off” que pasó algo desapercibido para una buena parte del público, la banda interpretó “You Can’t Always Get What You Want” y el estadio ya se fundió en un único coro. Jagger se paseaba frecuentemente por la plataforma que había al final de la pasarela que salía del escenario, buscando la adulación de un público al cual no había ni que solicitársela. Especialmente cuando, tras este tema, sonaron los primeros acordes de “Paint it Black”, uno de los temas más queridos de los Stones. La banda alargó el riff unas cuantas vueltas más al final y el estadio era una alfombra de manos en el aire aplaudiendo al ritmo que marcaba el impertérrito Charlie Watts.
El show siguió con un gamberro “Honky Tonk Women” que dio paso a las presentaciones de la banda. Primero Jagger introdujo a la banda de apoyo, con especial fervor para Darryl Jones. Luego llegó el turno de presentar a Ron Wood (que sigue moviéndose como una especie de eterno adolescente por el escenario), Watts y evidentemente, a un Keith Richards que se emocionó ante los cánticos del estadio celebrando su presencia. Haciendo siempre especial mención a “Catalonia” cuando se dirigió al público, quedó claro que el tipo no es otra rockstar despistada que no sabe ni donde está tocando. Con su peculiar voz y estilo nos cantó las típicas: “Happy” y una “Slipping Away” que se alargó hasta el infinito e hizo perder ritmo al concierto. Lo recuperaron con el celebrado “Miss You” (donde Darryl se empleó a gusto con su bajo) y lo volvieron a perder ligeramente con un eterno “Midnight Rambler”. Tras eso, la maquina de hits atemporales se puso en marcha: cayeron de un golpe “Street Fighting Man”, “Start Me Up”, “Brown Sugar” y “Jumpin’ Jack Flash”, con la que cerraron brevemente el show antes de los bises. Cuatro canciones que, por si solas, podrían sustentar el rock and roll en su totalidad.
El bis estaba cantado: “Gimme Shelter” y un celebradísimo “(I Can’t Get No) Satisfaction” que terminó con un discreto display de fuegos artificiales en el cielo del estadio. La banda, tras dos horas y diez de concierto, había conseguido despejar la duda: siguen estando a la altura. Puede que a ellos mismos les de absolutamente lo mismo a estas alturas de la película, pero el que es fan de los Stones quiere sentirse orgulloso de su banda. Puede que estén más desvencijados musicalmente que nunca (especialmente si los comparamos con los de las giras del 90, el 94 o el 98, por decir las más recientes) pero dentro de su caótico enfoque de banda de bar infraensayada, los Stones siguen siendo imbatibles.
50.000 se fueron contentas a su casa, con el consiguiente caos en el desalojo de la montaña de Montjuic. Poca gente joven (de menos de 30 años, vaya) entre el público, al contrario que en shows como el de AC/DC. Los Stones tienen un público maduro y difícilmente cuajan entre una juventud necesitada de bandas, quizá, más estimulantes visual y musicalmente. En cualquier caso, el ambiente que se vivió fue a medio camino entre la celebración y la despedida. Porque, seamos sinceros, ¿alguien imagina a los Stones volviendo a Barcelona con 84 años en la gira 2027?
Quizá ellos si.
Promotor:Doctor Music Concerts
Día:27-09-2017
Hora:20:00
Sala:Estadi Olimpic Lluis Companys
Ciudad:Barcelona
Puntuación:5
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