¿Qué es el FOMO y por qué vende tantas entradas de conciertos?
Descubre cómo el FOMO está cambiando la forma de comprar entradas para conciertos, con casos de AC/DC, Iron Maiden y más.
Entradas agotadas en cuestión de minutos. Precios insoportables para la economía media española que pasan a ser insignificantes frente a la urgencia de conseguir acceso a un evento. 140.000 personas viendo a AC/DC con un anuncio previo de apenas tres meses. Colas virtuales de miles de personas que piden fiesta en el trabajo para poder perder la mañana intentando conseguir entradas de Iron Maiden.
No es nada nuevo: cuando AC/DC pusieron a la venta las entradas de su gira “Black Ice” en 2008, las colas en la Fnac de Barcelona o en las tiendas de la calle Tallers eran también considerables. Pero, de algún modo, a medida que han pasado los años, la histeria colectiva por conseguir entradas se ha multiplicado exponencialmente.
En la era de las redes sociales y la inmediatez digital, el fenómeno del FOMO (Fear Of Missing Out, o “miedo a perderse algo”) se ha consolidado como un poderoso motor de ventas en el sector de los conciertos. Esta tendencia, que refleja el temor a quedarse al margen de experiencias únicas, está provocando que miles de personas adquieran entradas incluso antes de evaluar factores como el precio o la calidad del evento.
Un estímulo psicológico que dispara la demanda
La idea de que un concierto de artistas como Iron Maiden, Metallica o Judas Priest sea una ocasión irrepetible fomenta un sentimiento de urgencia. Cuando las giras se anuncian con pocas fechas y acceso limitado, el público experimenta la necesidad de no perderse una oportunidad que podría no volver a presentarse. El FOMO, de este modo, supera los criterios racionales habituales y dirige la atención exclusivamente hacia la obtención inmediata de la entrada.
Hay un factor inevitable: la sensación cada vez más acusada de que estamos presenciando una posible última gira, un posible último concierto. Si bien el FOMO es algo extensible a todos los artistas de todos los géneros, es especialmente intenso en aquellos artistas que por edad o por alguna estrategia de marketing determinada (la clásica gira de despedida) se acercan al ocaso de sus carreras. Todo el mundo quiere verles antes de que no sea posible volver a hacerlo. El envejecido mundo del rock y el heavy metal, donde la mayoría de grandes superestrellas que cambiaron las reglas del juego y fueron pioneros en sus géneros rozan los 70 años de edad (o los superan ampliamente) contribuye a que todos queramos verles mientras aún siguen entre nosotros. Los casos de AC/DC, Kiss, The Rolling Stones o Iron Maiden son los más habituales.
El rol de las redes sociales
Plataformas como Instagram, Facebook o TikTok son espacios donde el FOMO encuentra el caldo de cultivo perfecto. Las publicaciones de amigos y conocidos que muestran sus entradas, comentan el evento o comparten videos sobre el concierto, generan un ambiente de anticipación constante. Así, quienes aún no han adquirido su entrada sienten que, si no actúan cuanto antes, quedarán excluidos de una conversación social que se desarrolla en tiempo real. Y que no les incluye.
Estrategias de marketing y escasez controlada
Los organizadores de conciertos conocen a la perfección el poder del FOMO. No en vano, cada vez más, tenemos a grandes grupos inversores con músculo económico casi infinito detrás de las grandes citas musicales (giras o festivales). Grupos inversores que saben lo que hacen. Por ello, lanzan al mercado cantidades de entradas de duración limitada que se agotan con rapidez, abren y cierran sectores de un palacio o estadio para generar un constante clima de escasez de entradas y, en general, juegan con la psicosis colectiva derivada de quedarse sin un ticket para algo que, quizás, no vuelva a pasar nunca más. Esta estrategia acentúa la idea de exclusividad y provoca una competencia feroz por asegurar los mejores tickets. La combinación de disponibilidad limitada (la clásica fecha única en un país) alimenta la percepción de que no hay tiempo que perder.
El ejemplo de Iron Maiden
No era tonto Rod Smallwood cuando en 2004 avisó de que Iron Maiden iban a dejar de girar como lo hacían previamente. Se acabaron los seis o siete conciertos en un mismo país. El desgaste para la banda era enorme y sus capacidades, a medida que avanzaba su edad, eran menguantes. A la vez, el mapa de las giras no dejaba de ampliarse: Latinoamérica cada vez demandaba más conciertos. Rusia reclamaba grupos occidentales. Los países asiáticos reclamaban más grupos populares de rock y pop.
Era el momento de que la gente viajase a ver al grupo, que haría una o dos fechas en un territorio como máximo. Un ejemplo claro: si Iron Maiden podía cobrar 180.000€ o 200.000€ de caché (más un variable según la asistencia) por un concierto de su gira en España en el año 2000, por poner un ejemplo, cuando actuaron en el Estadio Olímpico de Barcelona en una fecha única en 2022 pasaron de los 3.000.000€. Dejando a un lado el factor inflacionario (el IPC creció un 67% entre Junio de 2000 y Junio de 2022, no un 1500%) lo único que ha pasado es que Iron Maiden han pasado de ser un bien en abundancia (“es que vienen cada año” como idea generalizada o lo de seis o siete conciertos en un territorio) a ser un bien en escasez: un único concierto en un país, una vez cada dos o tres años. Y ojo, porque nunca sabes si será la última porque tienen una edad.
1500% de incremento
La matemática hace el resto. Cachés que se multiplican por 12 o por 13. Y, consecuentemente, entradas que pasan de 4.500 pesetas del año 2000 (unos 27€) al equivalente de 16.000 antiguas pesetas (unos 100€ de media hoy en día). Para completarlo: unos gastos de distribución que a menudo comparten ticketera y promotor, paquetes VIP que explotan otra falla de nuestra psicología (la necesidad de sentirnos únicos y especiales).
Nada nuevo bajo el sol: cuando salía una nueva versión del iPhone se formaban colas en las Apple Store. Pese a que había existencias de sobra en el almacen, a partir de cierto momento, se decía que no quedaban más ejemplares. Lo que podría parecer una antitécnica de venta en el fondo es muy inteligente: reforzar la percepción de escasez acelera las decisiones futuras de compra, que dejan de ser racionales y mesuradas. Cuando cualquier promotor o festival hable de porcentajes de aforo vendido en sus eventos, tenedlo en cuenta.
Consecuencias para el público y la industria
Aunque el FOMO, como concepto, ofrece a los organizadores la ventaja de vender entradas con rapidez, también genera un impacto en el público: algunos compradores pueden sentirse presionados a gastar más de lo previsto o incluso acudir a eventos que no se ajustan plenamente a sus gustos. Sin embargo, esta tendencia parece lejos de desaparecer. Al contrario, la interacción constante entre redes sociales, marketing y percepciones psicológicas seguirá impulsando la venta de entradas a un ritmo acelerado. Y no solo eso: la escasez de fechas de los artistas en un territorio determinado genera una nueva interacción entre la industria de la música y la del turismo que va viento en popa. El turismo musical, capaz de disparar los precios hoteleros en la ciudad donde actúa una superestrella como Beyoncé, Taylor Swift o AC/DC, es otra bestia en sí misma.
La concepción del FOMO ha transformado la manera en que el público decide asistir a conciertos. Este fenómeno psicológico, que aúna el temor a perderse experiencias únicas con la narrativa de urgencia creada por las propias promotoras y artistas, se ha erigido en una fuerza decisiva para entender el éxito de las ventas en el mundo de la música en directo.
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