Rock Machina: 24 años tras el festival pionero
El anuncio aparecía en la revista Heavy Rock de abril del año 2000. Un nuevo festival llamado Rock Machina se celebraría el 8 y 9 de julio en una localidad que, hasta entonces, no parecía ser centro neurálgico del heavy metal en el mundo: Moncofa. Un pequeño pueblo a 30 kilómetros de Castellón que difícilmente había acogido jamás un evento de estas características. El gallinero se revolucionó de inmediato en la época de las incipientes webs de heavy metal como la de Rafa Basa y los foros dedicados al género.
No era para menos. Hasta entonces, los grandes festivales que se habían venido celebrando en la península no estaban exclusivamente orientados al heavy metal. Citas como el Doctor Music Festival de Escalarre habían incluido a grupos como Sepultura, Alice Cooper o Megadeth en sus carteles. Otros como el Menorrock de 1999 sorprendieron con Motörhead como cabezas de cartel y en años siguientes buscaron capitalizar la incipiente popularidad de la nueva ola de heavy metal con grupos como Gamma Ray, Avalanch, Helloween o Hammerfall. Pero también te encontrabas a Ska-P o Reincidentes en una época en la que la separación entre el rock urbano y el metal clásico era mucho más acusada entre los diferentes segmentos de público.
También el mítico Viña Rock dio una creciente importancia al heavy metal y sus derivados, pero nunca se había hecho un evento tan íntimamente ligado al tipo de heavy metal que en ese momento escuchaba la chavalería de pelo largo: el power metal, esencialmente. Alguien tenía la oreja puesta en lo que se andaba moviendo en la escena y parece ser que Goyo Esteban, principal responsable de la discográfica Locomotive Music, y su equipo estaban al tanto de que comenzaba a haber un espacio para un evento de grandes dimensiones.
Comparado con las “grandes dimensiones” de hoy, donde un Mad Cool mueve a 80.000 personas, el Rock Machina era una cita más cercana a lo que podría representar hoy en día el Leyendas del Rock de Villena. Festival de tamaño medio con grupos que no necesariamente representan la primerísima fila del rock duro y el metal porque, presupuestariamente, son inasumibles salvo que se hagan en recintos de 30.000 personas de capacidad.
Aquella primera edición mostraba un cartel donde pesos pesados del metal europeo como Running Wild -diez años después de su última gira por España- compartían cartel con unos Mägo de Oz que acababan de editar ‘Finisterra’, el disco que los encumbró definitivamente. Y lo que es más importante: estaban situados como cabezas de cartel, lo que enviaba un mensaje claro: las bandas de heavy metal españolas estaban a la misma altura que cualquier banda internacional de amplia carrera. Y en eso tenía mucho que ver que, evidentemente, Mägo de Oz eran la banda estrella de Locomotive Music. Ponerlos en prime time en un festival destinado al público target de la banda era cimentar su ascenso ante los ojos de miles de personas. Proyecta éxito y recogerás los dividendos. Dicho y hecho.
Metal y playa como concepto
“Yo no era consciente de lo que era organizar un festival ni del tiempo que llevaba realizarlo”, explica Sara Moreno, directora de la agencia de promoción musical Background Noise. En aquel entonces, Moreno era parte del departamento de promoción y comunicación de la discográfica Locomotive Music junto con otros compañeros como Chema Gallego y Cristobal Méndez.
“Yo ya había trabajado en festivales y giras, pero el poder realizar un festival con tus compañeros de oficina con los que compartías el día a día en la oficina fue una experiencia muy positiva”, refleja Méndez, hoy en la agencia de contratación Bola Nueve. “Al ser parte del departamento de producción de la compañía nos encargábamos de la prensa y promoción del festival meses antes del evento. Y una vez allí me ocupaba del mercadillo de stands y del stand de merchandising del festival”, recuerda.
“Yo me encargaba de realizar el diseño, coordinación y realización de las campañas de publicidad que se desarrollaron en radios, prensa, televisión y en aquellos primeros años de Internet”, asegura Gallego, hoy director de la agencia La Central de la Comunicación y responsable de los lanzamientos de catálogo que BMG hace de artistas como Motörhead o Black Sabbath. “Era un trabajo intenso”, resume.
Llegado el 8 y 9 de julio del año 2000, Moncofa se convirtió en la tierra prometida del heavy metal patrio. Los trenes llegaban a la pequeña y deficitaria estación de Moncofa cargados de peludos dispuestos a un fin de semana con bandas consagradas como Virgin Steele o los mencionados Running Wild, pero también con grupos que comenzaban a crecer imparablemente en Europa com Edguy, Labyrinth, Metalium o Vision Divine.
El único precedente del estilo había sido un pequeño festival llamado Eurometal realizado en 1999 en La Cubierta de Leganés, pero en un solo día, sin acampada y sin todos los elementos accesorios que hacen que un festival se viva como tal. Había dinero de nuevo en el heavy metal y algunos empresarios y promotores estaban tomando nota rápidamente. Montar un festival con bandas relativamente baratas (Morifade, Skylark, etc) intercaladas con las apuestas de la discográfica en aquel momento (Lujuria, Azrael, Ankhara, Easy Rider, Tierra Santa, etc) sonaba a gran idea y, durante un tiempo, lo fue.
“Era importante la intención de que las bandas nacionales tocaran junto a las internacionales. No ponerlas solo para abrir. Esto creo que sirvió para demostrar cuál era el nivel del rock y el metal español frente al resto”, explica Chema Gallego.
“En España ya teníamos la experiencia de festivales como Festimad, Benicassim o Doctor Music, que eran más grandes, con más días, y muchas más bandas”, recuerda Sara Moreno. “Existían infraestructuras, pero no estaban pensadas para los festivales como los de ahora. Rock Machina era un festival perfecto, cómodo porque no era demasiado grande, en la costa, con la playa al lado de la acampada y con fiesta todo el día, además de ser ideal para desplazarte desde cualquier punto del país”.
“El público lo recibió muy bien y tanto los que habían salido fuera a ver festivales como los que solo habían ido a festivales en España nos felicitaban y nos agradecían el esfuerzo”, rememora Chema Gallego.
“Todo era difícil”, declara Gallego sobre la confección del festival. “Mi parte, que era la de prensa y medios de comunicación, me hizo entender que era difícil invitar a los medios a salir de sus ciudades (Madrid, Zaragoza, Bilbao, Barcelona…) para ir a un festival a un pueblo de Castellón. Luego llegaban allí, veían playa (en vez de un socarrat), buen ambiente, el pueblo acogedor y entregado al ‘rockerío’, buenos precios de comida y bebida, césped en el recinto (en vez de arena y polvo), un gran escenario, calidad de sonido y luces… y todos repetían al año siguiente”.
Los carteles fueron evolucionando progresivamente. Tras el éxito del primer año, el festival adjuntó un video VHS con una conocida revista de heavy metal nacional, Metal Hammer. El vídeo intentaba mostrar lo que allí se cocía para atraer a más público. “A mí me tocó el montaje de imágenes, logos, contenidos y demás”, recuerda Gallego. “Y no olvidemos que estos resúmenes se llegaron a emitir con una fuerte campaña en una televisión nacional, con todo lo que eso suponía hace veinte años”.
Un éxito (más o menos)
Pero el esfuerzo fue útil y, al año siguiente, más de 10.000 personas acudieron a la cita de Moncofa. Fue el 27 y 28 de julio en el mismo recinto y los cabezas de cartel eran unos Rhapsody en el momento cumbre de su popularidad como nuevos héroes de lo que se vino a llamar “Hollywood metal” y Gamma Ray, la banda más poderosa del power metal europeo en ese momento junto a Stratovarius.
Además, grupos como Symphony X, In Flames, el nunca antes visto en España Axel Rudi Pell, los incipientes Kamelot, Lacuna Coil o los clásicos del thrash metal alemán Kreator terminarían de dar forma a un cartel tremendo para aquellos tiempos. Las bandas de Locomotive seguían presentes, pero a horarios más humildes. Así pues grupos como Grass, Onassis’ Day, User Ne y otros actuaron en las primeras horas de cada jornada. Nombres como el de Blaze Bayley, un par de años después de su salida de Iron Maiden, o Iron Savior -realizando el último concierto de su historia junto a Kai Hansen- completaban un evento de altura.
“Lo más difícil era confeccionar un cartel interesante con nombres importantes, combinados con nuevas bandas que arrancaban y que ahora siguen y son grandes como Lacuna Coil, Mägo de Oz, In Flames, Kreator, Sodom, Annihilator, Edguy, Easy Rider, Ankhara, Grave Digger o Avalanch”, explica Gallego.En aquel entonces, citas como Wacken Open Air eran el referente mundial para cualquier aficionado al heavy metal. Otras como Bang Your Head o Gods Of Metal competían en atraer a grandes cantidades de fans del género con carteles sublimes para la época. Se estaba viviendo un renacimiento auspiciado por discográficas como Nuclear Blast, SPV, Limb Music y otras independientes, y tras la vuelta de Bruce Dickinson a Iron Maiden es como si el heavy metal hubiese vuelto al sitio del que fue defenestrado por el grunge a principios de los ’90. Al menos en Europa.
Los tics del género -doble bombo a mansalva, voces agudas hasta lo ridículo, coros de vikingos enfadados- acentuaban el discurso musical de la mayoría de las bandas populares de aquel momento. Y los fans comentaban quién era el mejor batería, imitaban los agudos de sus vocalistas favoritos y se maravillaban con los tappings a siete manos imposibles de Olaf Thörsen de Labyrinth o Luca Turilli de Rhapsody. Unos Rhapsody que, en su primer concierto en España -directamente como grandes cabezas de cartel de un festival- se encontraron con una serie de problemas logísticos inesperados. Problemas con los vuelos viniendo de un concierto en México significaron un sustancial retraso en la actuación de la banda italiana más esperada de aquel segundo año del festival. Lo compensaron con un concierto falto de gancho, con problemas de sonido y una estructura un tanto errática que demostró que quizá no era aún su momento. Especialmente para un grupo que se había puesto en marcha esencialmente como proyecto de estudio.
La coexistencia entre bandas, prensa y fans era mucho menos rígida que ahora. La zona de prensa del festival era frecuentada por muchos de los músicos -en diferentes estados etílicos-. La “prensa” del género se desvivía para conseguir hacerse fotos con los músicos cuando estos acudían a realizar alguna rueda de prensa (con grandes preguntas como “¿Qué temas tocaréis ésta noche?”). Blaze acabó hasta arriba de hacerse fotos. Igual que Piet Sielck de Iron Savior o el afable Bernhard Weiss de Axxis, también en un momento especialmente dulce.
Una tercera edición en el año 2002 supuso el cartel más ambicioso hasta la fecha: Savatage y Bruce Dickinson como cabezas de cartel acompañados de gente como Suicidal Tendencies, Rage, Moonspell, Sodom, Tiamat, Angra, Annihilator, Tristania, Brainstorm o el ex-Guns N’Roses Duff McKagan con su banda Loaded.
La presencia de un ex-Guns N’ Roses en el festival era una manera de subrayar que aquello no era un festival cualquiera. Por no hablar de la presencia de Dickinson en el cartel con una gira en solitario adhoc que le sirvió para darse un respiro tras su vuelta a Iron Maiden un par de años atrás. Pero McKagan, pese a tocar a media tarde, se llevó de calle el festival. El disco de Loaded era auspiciado, evidentemente, por Locomotive.
“Una de las mejores experiencias para mí fue cuando llegaron Loaded al festival, bajaron de la furgoneta y Duff me pidió ir a dar una vuelta por el festival con él”, rememora Sara Moreno. “Pasamos por el puesto de merchandising y por el resto de puestos, que eran pocos en esa época. Había uno de ropa de piel y cuero, pantalones, chupas, etc. Duff se pilló una rollo motero negra con una parte roja en los hombros y creo que unos pantalones. El total eran 200€ y ninguno de los dos llevábamos tal cantidad encima. El chico del puesto dijo “que venga luego a pagar, que es Duff McKagan”. Nos fuimos y al rato volvimos a pagarle y el chico del puesto puso una chaqueta igual fuera con un cartel ‘esta chupa la ha comprado Duff McKagan’ y vendió todas las que tenía iguales a esa”, explica entre risas.
“Yo no era gran seguidor de metal y por eso me gustó más el concierto de Loaded y el de Suicidal Tendencies”, afirma Cristobal Méndez. “Loaded era más rockanrolero para un cartel tan heavy, pero tenían a McKagan al frente. Sería el grupo que más desentonaba en el cartel, pero al ser un ex-Guns roses todo era más fácil. Y Suicidal venían con el bajista que era un chavalín y no veas cómo tocaba”, recuerda.
La presencia de Savatage vino a contentar al fan del heavy metal clásico con cierta solera. Hasta entonces no se habían prodigado mucho en la península -apenas un tour teloneando a Judas Priest en 2001 y unas fechas en 1997-, pero su presencia como cabezas de cartel en el Rock Machina le daba al festival un halo conoisseur que comenzaba a ser la tónica reinante gracias a los foros de Internet, donde todo el mundo competía por ser el que más sabía de heavy metal. Evidentemente que Savatage eran una banda de peso más que evidente, no obstante quizá su posición como cabezas de cartel no ayudó demasiado atendiendo a la cada vez más dura competencia que planteaban los festivales. Ese año, para situarnos, se celebró una versión ‘con esteroides’ del Lorca Rock, festival que ya contaba con cierta trayectoria pero que ese año trajo a Manowar, Doro, Gamma Ray y Mägo de Oz -entre otros- a la región levantina.
El show de Savatage sería uno de los hitos de la tercera y, lamentablemente, última edición del festival. Con la presencia de Jeff Waters de Annihilator como guitarrista de apoyo tras la salida abrupta de Jack Frost (y previamente de Al Pitrelli) y la novedad de Damond Jiniya como vocalista del grupo tras la salida de Zak Stevens, Savatage conquistaron al público de Moncofa en la primera jornada del festival, aunque su competencia al día siguiente con todo un Dickinson era de altura.
Un final abrupto
Después de aquel tercer año de festival, el tema se puso muy complicado. Al año siguiente, aparecía en España el Metal Mania, un festival creado con la idea de ser un Wacken español y que llevaría a lo más florido del panorama a un enorme recinto de asfalto en medio de Villarrobledo, Albacete, en pleno mes de julio. Iron Maiden, Motorhead, Nightwish, Dio… no faltaba casi nadie en aquel festival que, de repente, hizo que el Rock Machina pareciese un juego de niños. Con aquello empezaba la edad de oro de los festivales españoles, con promotores machacándose brutalmente con las ofertas que hacían a las bandas, costosísimas producciones, aforos desmedidos, carteles de ensueño y precios de entradas astronómicos. Ahí seguimos (o seguiremos en cuanto todo vuelva a la normalidad).
Pero Rock Machina no pudo soportar la presión ambiental y en una escueta nota confirmada que 2003 era un año para vacaciones. El universo metalero patrio perdió una enorme cita por localización, precio y tipología de cartel, pero ganó el ascenso de los macrofestivales de metal que se daría en años subsiguientes y que permitiría ver en España a multitud de bandas hasta entonces solo soñadas por parte de los amantes del género.
“El último año el festival no funcionó como se esperaba y aunque sí se habló y había algún plan para hacer una cuarta edición, incluso con un cambio a un recinto más grande pero muy cercano al primero, finalmente la cosa se quedó ahí”, explica Sara Moreno. Se perdieron cientos de miles de euros entre las tres ediciones, según se rumorea, y el dueño de Locomotive Music y principal impulsor del proyecto decidió dejarlo correr y concentrarse en otros proyectos.
“Entre los que trabajábamos allí vimos que la estructura de trabajo iba a cambiar”, comenta Chema Gallego. “Esto dio pie a que no se celebrarse el festival y posteriormente estos cambios de personal también hicieron que las bandas se marcharan de Locomotive. Fue muy traumático vivir aquello”.
Durante unos años, tocar en el Machina ayudó a que las bandas de Locomotive echasen el vuelo entre la parroquia heavy. Pero Gallego asegura que si otros festivales actuales programasen a bandas nacionales en horarios de máxima asistencia, entre las ocho y las once de la noche, los resultados para las bandas nacionales serían tremendos. “Los festivales fliparían por su atracción hacia el público y por el show, sonido e intensidad que nada tienen que envidiar a bandas de fuera”, incide.
La eventual caída en desgracia de Locomotive vino casi a la vez que su principal banda, Mägo de Oz, lograba el éxito masivo. No pasaría mucho tiempo hasta que el grupo madrileño decidiese irse con una multinacional como Warner y abandonar el sello que les vio crecer. El drama llegaría en forma de demanda del grupo contra su ya ex-discográfica por ocultar ventas de sus discos -una demanda que la banda eventualmente terminaría ganando tras demostrarse que la discográfica había dejado de reportar más de un cuarto de millón de discos vendidos a lo largo de su carrera. Eventualmente, Locomotive Music vendería su catálogo y su fundador desaparecería del ojo público.
“Cuando desapareció Locomotive (tras un cumulo de muy malas decisiones) yo ya hacía como cinco años que no trabajaba ya allí”, explica una fuente que trabajaba en el sello y que prefiere no desvelar su identidad. “Todos lo que allí trabajamos sabemos que la piña de gente trabajando levantó la compañía y que cuando esa piña se rompió…. Todo salto por los aires. Los buenos equipos de trabajo son muy importantes y ahí se demostró. Con un buen equipo puedes con todo lo que te propongas”.
Para el recuerdo quedan anécdotas de todo tipo. “Muchas no se pueden contar”, explica de nuevo Chema Gallego. “En la cafetería del hotel veías a grupos de heavies desayunando ColaCao mientras otros estaban a base de cerveza desde primera hora”, se ríe. “La gente del pueblo nos ayudó muchísimo. El Hogar del Pensionista estaba abierto las 24 horas y tenían puesto a Judas Priest a todo volumen mientras los abuelos jugaban la partida de cartas”.
“Los músicos finlandeses acababan como cangrejos al sol”, cuenta Gallego. Cristobal Méndez recuerda cómo muchos músicos habitaban en el hotel Simba durante el festival. “Era un hotel de carretera donde paraban muchos camioneros. Su cara de sorpresa cuando entraban melenudos de dos metros era para flipar. Claro, que esos melenudos eran la flor y nata del metal europeo: Gamma Ray, Kamelot, Kreator, Lacuna Coil… todos bebiendo cerveza en el hotel como si no hubiese un mañana”.
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