Confieso que me siento perplejo a la par que extasiado ante la inesperada aparición del disco que aquí les presento (cierto que es del 2007, pero su llegada a las tiendas puede que se haya demorado por razones que comentaré más abajo). Hará cosa de un año yo mismo les había presentado, a modo de retrocrítica y por iniciativa propia, un sincero elogio del disco compilatorio bajo el que se reunían los dos trabajos que estos monstruos de la música de todos los tiempos realizaron a principios de los 80 (“No stopping”, Chrysalis 1989), pero, cuál no sería mi sorpresa al constatar que el añorado dúo ha vuelto al tajo, en esta ocasión con un portentoso disco destinado desde ya a convertirse en una delicatessen para los amantes del rock. Eso sí, como ya viene siendo costumbre en la carrera reciente de Trower, sus trabajos aparecen bajo la firma de sellos desconocidos con apenas repercusión y distribución (de hecho, me dijeron que el disco que da vueltas sin parar en la disquetera de mi PC mientras escribo estas líneas era “el único” que había llegado a la tienda, y hablamos de una tienda clave del centro de Barcelona…). Seguimos sin entender a qué se debe este trato minoritario y casi discriminatorio que aqueja a la carrera de un genio de la guitarra como es Robin Trower (ya no digamos si, además, aparece en un disco con uno de los músicos más importantes del siglo XX, ex-bajista de los mitológicos Cream, como es el caso), algo que se hace todavía más incomprensible e injusto si tenemos en cuenta que, durante los últimos tiempos, Trower ha evolucionado y perfeccionado tanto su estilo guitarrístico que escucharle debería ser de curso obligatorio en las escuelas.

De nuevo, y como no podía ser de otra forma, Bruce y Trower se presentan en formato de trío, y bien que hacen porque no les hace falta nada más aparte del acompañamiento rítmico, que, dicho sea de paso, en esta ocasión viene de la mano del batería Gary Husband, músico de longeva carrera que ha tocado junto a gente como John McLaughlin o Gary Moore, así como en la banda súper-ventas Level 42, y cuyo estilo ha sido ponderado (tiro de Wikipedia) desde fuentes tan diversas como Sean Reinert (Cynic) o Thomas Haake (Meshuggah). Pero esto no debe distraernos. El protagonismo de Seven Moons está claramente copado por los dos firmantes. Y Trower sigue elevándose. Sí, queridos amigos, este tipo ya hace años que nos contempla a todos desde una especie de limbo de la guitarra que él mismo se ha inventado y al que accede cada vez que se enchufa a un ampli. Cuando tuve ocasión de verle en directo en 2005 en la sala Bikini de Barcelona, recuerdo que fue una experiencia casi religiosa, la impresión de hallarme ante un auténtico “monje del rock”, un rango autoelevado gracias a las cuerdas de su Fender Stratocaster y su distorsionada exquisitez a la hora de transitar los trastes. Con la madurez, la guitarra de Trower se ha vuelto cada vez más envolvente, más etérea, semejante a una fluctuación eléctrica del espíritu, en el que hasta el menor sonido disarmónico está perfectamente calibrado, perfectamente dominado en un discurso que combina sentido y contención.

Desde el primer corte, “Seven moons”, quedan claros los elementos que son insignes de esta homérica alianza Trower/Bruce: voz, guitarra y bajo (este último un poquito menos, teniendo en cuenta las cualidades estratosféricas que Bruce exhibe en otras ocasiones, sin que por ello su ejecución en Seven Moons sea menos apreciable, correcto y sobrio como manda la madurez, volcándose quizá más acusadamente en su trabajo al micrófono). Este tema es un claro ejemplo de las atmósferas oníricas, diríase “cósmicas”, que estila la pareja de talentos ingleses, en una desenfadada composición elaborada sobre un bello acompañamiento melódico de guitarra. “Lives of clay” es un tema de síncopa desencajada, en una de esas deconstrucciones de ritmo características del que fuera alma mater de Cream, y es anecdótico señalar cómo el mismo Bruce entra a cantar en este tema, en una finta de maestro, dando la impresión de colarse por error en el tempo de la canción, para unirse de inmediato al resto del grupo. Con “Distant places of the Heart” prosigue la vena “onírico-cósmica”, en un sinuoso tema que en mi opinión refleja fielmente la huella de Bruce y Trower como compositores. “She’s not the one” es un corte muy a lo Trower, en la línea de su último trabajo en solitario (Living out of time), con un áspero Bruce al estribillo. Le sigue una elegante pieza titulada “So far to yesterday”, de cadencia ligera y estimulante progresión de acordes, llena de armónicos y sonoridades deliciosas. “Just another day”, tema que aparece firmado junto a un tal Watts (sin especificar quién diantre es este tipo), de nuevo nos transporta a un pasaje cósmico o, si se quiere, a vista de pájaro por esa extraña geografía sonora que Bruce y Trower exploran de tanto en tanto con composiciones límpidas y sosegadas como ésta. Con “Perfect place”, los maestros se lanzan a un corte perfectamente rockero, perfectamente Trower, con ese rasgueteo funkiesco propio del guitarrista, y una sobriedad de ejecución de las que sientan cátedra. “The last door” camina con gracilidad sobre una melodía sencilla, aunque no poco lírica y eficaz. Trower pisa y repisa su wah-wah como viene haciendo a lo largo del disco con apasionada determinación. Y de pronto, un corte absolutamente cautivador: “Bad case of celebrity”, un blues reconcentrado, que te hace levitar en una atmósfera mercúrea, conducido por unos solos de guitarra soberbios. “Come to me” posee asimismo dotes para ser un blues rockero al más puro estilo Trower, meditabundo y sanguíneo, madurado en las cubas de más de cuatro décadas que estos músicos llevan a sus espaldas. Finalmente, “I’m home” cierra el disco con una tenue composición, en la que se difuminan los contrastes y el aire se vuelve etéreo, en un último y tranquilo viaje poético.

Cabría extenderse páginas y páginas sobre la labor y genuina aportación que estos dos fenómenos han dado a la música rock, pero baste decir que, por suerte para nosotros, casi una década después del siglo que los vio nacer, no han perdido la capacidad de hacernos disfrutar, de hallar en unos pocos elementos musicales un momento de genialidad, y, sobre todo, de hacernos experimentar una vez más sin ornamentos gratuitos, sin arabescos innecesarios y sin discursos fuera de lugar, una experiencia de estética musical pura.        

Federico Fernández Giordano (akka “Mad Wilson”)

Grupo:Jack Bruce & Robin Trower

Discográfica:V12 Records

Puntuación:8.9

Canciones:

  1. seven moons
  2. lives of clay
  3. distant places of the heart
  4. she is not the one
  5. so far to yesterday
  6. just another day
  7. perfect place
  8. the last door
  9. bad case of celebrity
  10. come to me
  11. Im home

Año:2007