Sabíamos a lo que íbamos, pero no deja de ser una lástima que cuando un artista empiece a dejarte anonadado por su buen hacer se despida (es un decir en el caso de Winter) y desaparezca entre bastidores (a cámara lenta en el caso de Winter) para no volver ni tan siquiera a despedirse de los fieles. Con esta sensación de coitus-interruptus nos dejó el bluesman albino, historia viva de la música y superviviente en mil batallas, entre ellas Woodstock.

Podemos decir que quizá no esté tan mal como hace unos años, cuando los roadies se encargaban de devolver a la posición vertical al caballero de la triste figura, pero las cosas tampoco han cambiado ni cambiarán a mejor. Nuestro Johnny es lo más parecido a un zombie tatuado que alguien haya podido ver sobre un escenario, pero cuando empuña su “guitarra especial”, y digo especial pues se asemeja en mucho a las de Play Station del Guitar Hero más que a una normal, hay pocos que lleguen a su altura. La destreza que gasta es alucinante y contrasta absolutamente viendo los torpes movimientos con los que se mueve. Pero empuñando una guitarra puede ser el bluesman más hábil que se haya visto. Aquí recae la grandeza de este entrañable y blanquísmo hombre.

Puntual y ante una repleta sala Espacio Movistar, con una mayoría absoluta de clásicos rockeros veteranos como asistentes, aparecieron Paul Nelson (guitarra), Scott Spray (bajo) y Tony Beard (batería) atacando un blues clásico mientras la silla central quedaba vacía. Al terminar y ante una clamorosa ovación entró un Johnny Winter al que los años le pesan como losas. Sentado y siempre con los ojos cerrados y como si estuviera en trance acariciaba sublimemente el mástil de su pequeña guitarra.

Su banda está a la altura y Tony Beard en algun momento coge las riendas y canta mientras aporrea con una técnica notoria los parches. Desconozco el porqué Paul Nelson apareció únicamente en los bises pero su actuación fue absolutamente anecdótica esa noche, y la verdad es que cuando ambos guitarras atacaron el “Johnny Guitar” a duo se notó la presencia de la guitarra de acompañamiento y el show ganó fuerza y garra.

Excesivamente respetuosa se mostró Barcelona ante semejante fuera de serie, peo la verdad sea dicha, el ambiente fue bastante frío y soso para ser una noche de blues con semejante maestro de ceremonias. Con el bis recibió de manos del roadie su preciosa Gibson Firebird, tan desgastada como su cuerpo y de la que arrancó grandes dosis de feeling. La cosa ganaba en intensidad, potencia y la gente se iba soltando, momento con el que presentó la preciosa “Highway 61” de Bob Dylan adaptada a su peculiar forma de tocar.

Pero tras esta maravilla abandonó la escena y desapareció tal como vino, con dificultades. Parecía que desde la batería Beard nos animaba a que gritásemos para que Winter volviera pero no hubo nada que hacer. Ni el “Johnny B Goode”, ni “Rollin and Tumblin”, ni Rock and Roll Hoochie Coo” ni “Still Alive and Well”. Material de su último trabajo del 2004 fue lo que más pudimos disfrutar, pero poca cosa a fin de cuentas.

Pensar en hipotéticas reuniones con su hermano Edgar o con Rick Derringer que estuvo por aquí hará un mes se antojan difíciles viendo el estado del bueno de Johnny. A pesar de ello asistimos a una gran velada de blues con una de las personalidades más fuertes que haya tenido nunca la escena. Quizá podría haber estado mejor, pero lo importante era ver la metamorfosis e inyección de vida que sufre este hombre cuando le ponen una guitarra en las manos. No fue el set list soñado ni mucho menos, pero ya puedo decir que he visto al maestro Winter, y os aseguro que no me arrepiento, sigue siendo un fenómeno de la naturaleza.

Jordi Zelig Tàrrega

Asistentes:700

Día:21/07/2008

Hora:22:00

Sala:Espacio Movistar

Ciudad:Barcelona

Puntuación:7