Ross Robinson (EEUU, 1967) es al nu metal lo que George Martin a The Beatles. Fue la mente detrás de esa mezcla tan icónica de hip-hop con guitarras de siete cuerdas que arrasó con todo en la segunda mitad de los años noventa y principios de los dos mil. Produjo discos tan icónicos como los homónimos de Korn y Slipknot o ‘Roots’ de Sepultura además de trabajar para Limp Bizkit, Machine Head y Fear Factory (por nombrar algunos artistas).

Pero, ¿qué convierte a Ross Robinson en un visionario de la música? Para comprenderlo, habría que comprender su personalidad (un poco como haríamos con Varg para entender su música). Según ha revelado en distintos medios, está “acostumbrado a que la gente le considere un patito feo”. Es un tipo calmado pero con pasión por lo que hace. Recuerda a Jonathan Davis, líder de Korn, llegados a este punto, a quien considera un reflejo de sí mismo.

Ross Robinson

Ross Robinson (Foto: Ultimate Guitar)

A principios de los noventa, militó en distintas bandas de thrash, entre ellas Détente, con quienes actuaría junto a Korn año y medio antes de que estos grabasen con él su primer disco, aquel que dio a luz a un nuevo estilo de heavy metal. “Tenían grandes ideas”, declara en una entrevista a Metal Hammer, “pero decidimos descartar todas aquellas que sonasen remotamente feliz para dejar un disco en menor y oscuro.” La potencia de ese primer largo reside principalmente en los riffs y la base rítmica, pero, no obstante, las letras de Jonathan Davis, hablando por primera vez en el mundo del metal sobre asuntos como la soledad, vulnerabilidad o ser el rarito de la clase; convirtieron a Korn en una de las mayores innovaciones de los años noventa, sino la mayor.

Y Robinson conocía el potencial de unas buenas letras, de la atención al detalle y de cómo estos, ensalzados en su justa medida, eran los causantes de que los artistas triunfasen. Siempre fue un productor muy atento al mensaje y las emociones que trataban de transmitir los artistas con los que trabajaba, algo que recientemente escasea en el mundo de la música, incluido el metal, pese a quien le pese. Robinson busca la emoción hasta tal punto que forzó a Sid Wilson a grabar sus emociones tras la muerte de su abuelo como apertura del disco ‘Iowa’ en la intro “(515)”. Su objetivo no es hacer pasarlo mal a aquellos con quienes trabaja, sino revelar los sentimientos más puros en situaciones concretas. Ha sido criticado duramente por ello, pero se mantiene firme en sus creencias sobre la importancia de esto.

Otra anécdota curiosa es la grabación de Korn de ‘Follow The Leader’, donde el productor puso al cantante a cuatro patas, se sentó sobre él, y le clavaba los pulgares en el cuello para forzar ese dolor que le había mostrado en el primer disco. Acto que quedaría perpetrado en las caras de sus co-trabajadores, quienes no podían mas que pensar “¿qué cojones está haciendo este tío?”, y esto se ve reflejado en la descarga de furia y bilis que fue el disco debut de Slipknot, en el que, veinte años después, uno puedo seguir viéndose reflejado cuando está en sus peores momentos (prueba de ello es que la banda sigue levantando hordas al son de “Eyeless” y “Surfacing” en directo). Lo de la bilis es literal, hasta cierto punto, ya que la banda estaba en un estado deplorable, sin un euro para comida y con Mick Thomson perdiendo un dedo en el proceso de creación del álbum, sin decir nada. Es la dedicación llevada al extremo.

Ross Robinson Corey Taylor

Robinson fue trabajando con artistas como Limp Bizkit o Deftones, dejando su sello de identidad en los discos de las bandas más relevantes del género. Su éxito era tal, que hasta una banda de thrash metal brasileña grabó su disco más exitoso hasta la fecha junto a él: Sepultura y su ‘Roots’. Con este disco, Robinson libró a la banda de ningún tipo de ataduras, y dejó que la creatividad fluyera por si misma, resultando en un disco icónico del metal de los 90 y un sello de identidad para la eternidad de los hermanos Cavalera & co.

Pero no todo han sido luces en la carrera de Robinson. Ser el productor de un disco tan polémico como ‘The Burning Red’ (el segundo disco de Machine Head) es difícil de mascar, hasta el punto en el que el propio productor admitió que Robb Flynn y los suyos se metieron en un terreno al que no pertenecían, y que hubiera preferido producir ‘The Blackening’. Otro fracaso a mencionar podría ser el intento de Vanilla Ice de entrar en el rap-metal con ‘Hard to Swallow’, que no funcionó ni con toda la ilusión del mundo.

Con la llegada del nuevo milenio, Robinson quiso dejar de lado el nu metal y apadrinar bandas como At The Drive-In o Glassjaw. Cuando le preguntaron si se arrepentía de no haber formado parte de la segunda ola del nu-metal con bandas como Linkin Park o Papa Roach, Robinson consideró que ese tipo de bandas no iban con él, ya que carecían de la autenticidad de los pioneros del género. Sus intenciones siempre han estado propulsadas por las relaciones interpersonales con quienes trabaja y por el valor de la música por encima del negocio, algo muy loable y que escasea recientemente en la música.

Diego Solana