Rob Halford entra de sopetón en el camerino de Judas Priest. Ojea el catering por encima y se dirige hacia el sofá donde están sentados Ian Hill y Richie Faulkner. Con británica parsimonia, coge un recipiente y se pone a hacerse un te. Se sienta en una silla y le dice a Faulkner “tío, no me puedo creer que no hubiese visto a Loudness en directo hasta el día de hoy”. Son las 22:00h de un sábado de julio y en cuestión de una hora Judas Priest estarán en el mismo escenario que Loudness haciendo un show de heavy metal a la altura de su leyenda.

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Rob Halford entra de sopetón en el camerino de Judas Priest. Ojea el catering por encima y se dirige hacia el sofá donde están sentados Ian Hill y Richie Faulkner. Con británica parsimonia, coge un recipiente y se pone a hacerse un te. Se sienta en una silla y le dice a Faulkner “tío, no me puedo creer que no hubiese visto a Loudness en directo hasta el día de hoy”. Son las 22:00h de un sábado de julio y en cuestión de una hora Judas Priest estarán en el mismo escenario que Loudness haciendo un show de heavy metal a la altura de su leyenda.

Lo curioso es el emplazamiento. Santa Coloma de Gramenet es una ciudad situada en las afueras de Barcelona, muy cerca de ese tremendo nudo circulatorio conocido como la Trinitat. Los atascos en días laborables son épicos en ese collage de carreteras. Coinciden la Ronda Litoral, la Ronda de Dalt, el acceso a la C58 para ir hacia el Vallés y otras vías importantes. Imperturbable, ahí está Santa Coloma. Es una población de clase predominantemente trabajadora, donde el rock ha jugado un papel muy importante. Los barrios, desde el Singuerlín hasta Fondo, son un ir y venir de gente sencilla, donde no hay pompa pero hay orgullo. Es especialmente importante este aspecto: algo tan mastodóntico como un festival solo se puede acoger por parte de un pueblo si sus vecinos lo entienden y lo hacen suyo. Prueba a poner un Rock Fest en un parque de Pedralbes o Sarrià y observa como el cielo se cubre de nubes negras.

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Hay algo aún más atrevido en la celebración del Rock Fest en Santa Coloma de Gramenet. Tradicionalmente, el parque de Can Zam había acogido el festival de Radio TeleTaxi, capitaneado por Justo Molinero, donde tenía espacio desde la rumba y las sevillanas al pop comercial de Andy y Lucas o David Bustamante. Tras quince años celebrando el evento, Molinero decidió finalizar el ciclo, llevándose de Can Zam un evento que reunía a más de medio millón de personas. Así pues, todo el mundo relaciona el parque e incluso Santa Coloma con un festival de sevillanas. Organizar en ese emplazamiento un festival de rock y heavy metal es, con todo, un paso significativo.

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Rockeros de barrio se maravillan de que Robert John Arthur Halford esté cantando el “Painkiller” a cuatro calles de su casa. Familias enteras se pasean con sus niños por el festival. Los bares del entorno hacen su agosto en julio y el Condis más cercano, también. La zona de acampada se sitúa a varios kilómetros, en la localidad de Montmeló, pero a mil y pico heavies les evita tener que reservar uno de los carísimos hoteles que se ofertan en Barcelona y cercanías en los meses de verano. La incomodidad de coger un bus para ir a la acampada queda compensada por el ahorro potencial. Y mientras, en otra sala, Glenn Tipton calienta con su guitarra, ajeno a los 18.000 asistentes que colman la zona acotada del parque.

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Desde atrás, el Rock Fest se ve muy distinto. El montaje de los escenarios arranca dos semanas antes. Una persona de la organización indica que posiblemente es el escenario más grande de toda la temporada festivalera del país. Lo cierto es que impone. Un día antes, cuando los nervios están a flor de piel, una grúa coloca las lonas y últimos detalles decorativos del frontal del escenario. Una púa en llamas y la silueta de una Gibson dorada presidirán el doble escenario durante los tres días de conciertos. Y del mismo modo que el festival se llama Rock Fest en lugar de Metal Fest, la elección de una Gibson -más rockera- en lugar de una Flying V -más heavy- no es casual. El festival busca contentar al fan de Status Quo igual que al fan de Accept.

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El recinto es una pequeña ciudad donde a lo largo del festival trabajarán cientos de personas. En las barras de los bares, en el foso de seguridad, en los accesos y en todas partes. Algunos artistas se entremezclan con los fans -Ralf Scheepers de Primal Fear o Guillermo Izquierdo de Angelus Apatrida fueron algunos de ellos- pero la mayoría pasan su tiempo en la zona de backstage, un complejo deportivo con campo de futbol anexo al parque, cuyos vestuarios se usan como camerinos durante el festival. En el campo de fútbol te puedes encontrar a Sabaton jugando con niños un improvisado partidillo, como se vio en la pasada edición. Es un espacio de trabajo, de manera predominante, pero reina la calma. Dos zonas de catering, para artistas y trabajadores, concentran la mayor parte de la gente. Allí se sirven distintos menús a lo largo de la mañana, tarde y noche. No es raro encontrarte a Brujería tomando unas cervezas mientras Powerwolf pasan maquillados y listos para la batalla por su lado.

Lejos de la zona de camerinos del centro deportivo se sitúa otra pequeña zona de camerinos con seguridad adicional. Allí se relajan antes del show los cabezas de cartel, sean estos Scorpions, Twisted Sister o Judas Priest. Cuatro módulos que conforman un pequeño oasis en el que Halford, Snider o Meine tienen el escenario a cuatro pasos y no tienen que cruzarse con nadie que pueda interrumpir su camino al escenario pidiendo una inoportuna selfie con el móvil.

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Algunos, como Twisted Sister, van directos a una furgoneta nada más bajar del escenario. Siempre hay alguien que quiere saludarles o hablar con ellos al bajar del escenario, pero las bandas con cierta trayectoria y edad van por faena: salen del escenario, directos a la furgoneta y de allí al hotel, donde pueden relajarse tranquilamente.

Quienes se ocupan de traer y llevar a los grupos se llaman runners. Conducen monovolúmenes de siete o nueve plazas y hacen continuos viajes entre hoteles y recinto, recinto y aeropuerto, aeropuerto y hoteles, etc. Como su propio nombre indica, se dedican a correr, ir y venir. Quizá hacen falta unas cuerdas de guitarra determinadas y toca ir a comprarlas. El runner se ocupa de ello. O quizá es una botella de un vino concreto que el artista pide, aunque todo esto suele estar preparado a priori en los camerinos de cada banda.

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En cada escenario, un regidor o stage manager se ocupa de que todo suceda a tiempo y fluidamente. La logística de un evento como este es tremenda y cientos de flightcases con diferentes nombres de grupos y empresas de backline campan dentro de un desorden ordenado en el backstage. Por suerte, al haber un doble escenario festivales como el Rock Fest o Leyendas del Rock evitan tener que hacer esperar al público entre grupo y grupo. Mientras uno toca, el otro monta y los conciertos son casi non-stop. Lo cual da lugar a situaciones comico-tensas como cuando el roadie de Europe estaba probando la guitarra de John Norum en el escenario derecho y Dee Snider de Twisted Sister fue corriendo hasta allí desde el escenario izquierdo para llamarle “gilipollas” por interferir en el concierto de su banda. Perro viejo que es, Snider sabe como arengar al público -aunque eso le cueste la mirada de odio de un roadie.

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Los músicos, discretamente, se acercan a ver las actuaciones de otras bandas. Loudness se acercan a ver a Accept. El propio Halford, como decía al principio del artículo, se acerca a ver a Loudness. Entombed AD y Angelus Apatrida se pasan todo el concierto de Judas Priest en el foso, como niños viendo a los Reyes Magos, mientras algunos fans de las primeras filas les piden fotos.

Mientras, el público está escogiendo a sus favoritos de este año, algo que está muy reñido entre Nightwish, Accept, Loudness, Judas Priest y Helloween especialmente. Los cinco han hecho grandes conciertos y se han comido el festival a bocados. Mucha gente querrá que repitan al año siguiente y está por ver si tal cosa sucede. Cuando el público pidió de nuevo a Sabaton y Twisted Sister en la edición 2015, se incorporaron nuevamente al cartel y volvieron a conquistar Can Zam.

Queda algo menos de un año para el próximo Rock Fest. Detrás y delante de los escenarios se escuchan rumores sobre quien vendrá el año que viene. Porque habrá año que viene, o eso ponía en el libreto de mano del festival. No hace tanto, nunca sabíamos si un festival español iba a celebrarse al año siguiente. Parece que vamos avanzando.

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Texto: Sergi Ramos