Conspiranoia, glitch y drone estroboscópico: el voraz invierno de Obsidian Kingdom
Alrededor de las tres y media, los aledaños del Teatro Barceló de Madrid se inundaron a una velocidad vertiginosa de los amplificadores, los instrumentos y el material de iluminación que atestaban la furgoneta – furgoneta que se evaporó en cuestión de segundos de la entrada del recinto. Dentro esperaban media docena de técnicos que armaron el escenario en cuestión de pocos minutos; la maquinaria de Obsidian Kingdom, formada por diversos paneles de luz y grandes proyecciones glitch, estaba lista para enseñar las fauces.
Se me ocurren muy pocas razones válidas para que algo logre despertarme un sábado a las siete de la mañana, y mucho menos cuando la noche anterior al sábado en cuestión estuvo protagonizada por los demoledores Mars Red Sky y Stoned Jesus – como para no levantarse de la cama en diecisiete horas y cuarto, vamos. Lo cierto es que en esta ocasión sí que había un buen motivo para levantarse de la cama con ganas: acompañar a Obsidian Kingdom en la primera fecha de la gira de presentación de su nuevo trabajo “A Year With No Summer” y poder conocer a la banda desde dentro. Sin duda alguna, el fin de semana se había vuelto muy prometedor, independientemente de los litros de cafeína que eso implicase.
No puedo decir que el día empezase espléndidamente. Encontrarte con una furgoneta averiada y un retraso de más de una hora en el plan – llegar en seis horas a Madrid desde Barcelona se me antojaba cuanto menos chungo – no es algo que te predisponga a un ánimo precisamente optimista, pero pronto se solucionaría este incidente y el viaje empezaría entre toneladas de snacks para amenizar el trayecto, discos de Porcupine Tree hasta el hartazgo y humor negro a raudales. Y sería un hipócrita si dijese que no me impactó, pues el hermetismo casi místico que flota alrededor del conjunto siempre les ha conferido un aura misteriosa, siniestra y meditabunda. La realidad es siempre mucho más mundana, y Obsidian Kingdom no son impermeables a lo que les rodea; afables, buenos conversadores y melómanos apasionados, los enfants terribles del metal catalán son humanos después de todo, con sueños y preocupaciones como las de cualquier persona – como por ejemplo llegar tarde a las pruebas de sonido para el concierto de esa noche.
Contra todo pronóstico, eso terminó por no ser un problema relevante. Alrededor de las tres y media, los aledaños del Teatro Barceló de Madrid se inundaron a una velocidad vertiginosa de los amplificadores, los instrumentos y el material de iluminación que atestaban la furgoneta – furgoneta que se evaporó en cuestión de segundos de la entrada del recinto. Dentro esperaban media docena de técnicos que armaron el escenario en cuestión de pocos minutos; la maquinaria de Obsidian Kingdom, formada por diversos paneles de luz y grandes proyecciones glitch, estaba lista para enseñar las fauces. El descomunal rugido de los drones que poblaron las pruebas de sonido y los atronadores blastbeats de Ojete Mordaza II – gran nombre, mejor persona – no eran más que una pequeña muestra de lo que la velada prometía ser.
No obstante, todavía faltaban horas para conquistar con la blanca bandera del apocalipsis la capital madrileña. Antes tocaba hacer un cambio de registro hacia terrenos muchos más amables: la céntrica Cuervo Store, peculiar boutique de moda y música alternativa, acogía aquel día un breve set acústico que minutos antes preparaban en el backstage el frontman Rider G Omega y Eaten Roll I, reciente incorporación a la alineación experimental como guitarrista.
Su show distó de ser radical o agresivo, tal y como cabía imaginar. Lo que no se podía prever es el sobrecogedor grado de intimismo que alcanzaron temas como “Darkness”, “Genteel To Mention” o la versión de “Airbag” de Radiohead que sirvió como bis a esa actuación fugaz, protagonizada en gran medida por los preciosos coros de Eaten Roll I en “A Year With No Summer”. Las pocas decenas de personas que cabían en la tienda celebraron con entusiasmo el minimalismo de ese set, que sirvió como perfecto calentamiento para la noche que se avecinaba.
El regreso al camerino me permitió observar parte de esa humanidad a la que antes hacía referencia. Los nervios se habían apoderado de esa pequeña habitación repleta de cervezas, fundas de guitarra por los suelos y comida en las repisas de los tocadores. Mientras Rider G Omega y Seerborn Ape Tot atendían a la prensa, Eaten Roll I y Om Rex Orale no hacían más que rondar por ese diminuto espacio calentando y estirando para un show que prometía ser sumamente enérgico. Supuse entonces que mi presencia estaba de más y que era el momento de los rituales supersticiosos propios de los músicos antes de lanzarse a escena; había llegado el momento de ver a sus teloneros, Trono de Sangre.
Poco o nada sabía de lo que iba a ver entonces, así que me dispuse cómodamente en un sofá a observar al trío madrileño. Tardé pocos segundos en saltar de mi asiento y dirigirme a la pista a verlos de cerca. Su inspiradora música, un post-hardcore que coquetea discretamente con el post-rock y el mathcore, resulta absolutamente magnética y electrizante, dando lugar a temas de la calidad de “El crepúsculo de los dioses” o la impresionante “Saló”. Muy a pesar de la poca concurrencia que había en aquellos instantes por el Teatro Barceló, su actuación no cayó en saco roto; resultó lo suficientemente cautivadora como para lograr la atención de varios fans que tenían claro qué habían ido hacer ahí: ser devorados por la famélica mantis.
El ansiado momento no se hizo esperar en exceso. Unos bajos ensordecedoramente ruidosos y una pantalla centelleante dieron paso discretamente a la banda, que se colocó rápidamente en sus posiciones para iniciar el show con una espectacular “The Kandinsky Group”. La desgañitada voz de Rider G Omega, los teclados envolventes de Seerborn Ape Tot y en general la esquizofrénica fusión entre las densísimas capas de sonido y las crueles proyecciones vomitadas por una pantalla que podría haber sido una perfecta figurante en “1984” de George Orwell abrieron magistralmente un show que mantuvo a los asistentes con los ojos pegados a perpetuidad a las retorcidas imágenes que emanaban del fulgurante rectángulo blanco.
La contenida furia del quinteto pronto dio lugar a momentos en los que el diálogo entre los miembros se hizo mucho más que evidente. La compenetración mostrada en la versión eléctrica de “Darkness”, iniciada iracundamente con los bajos de Om Rex Orale, fue la enésima demostración de la conocida fuerza de Obsidian Kingdom sobre las tablas. Su renovada plantilla, luciendo ahora más joven que nunca, se recreó igualmente en diversos pasajes de “Mantiis”, tales como “Last Of The Light”, “Awake Until Dawn” o “Cinnamon Balls”, que si bien resultó algo accidentada por la vehemente actitud escénica de sus miembros, fue lo suficientemente solvente como para que el público se entregase por completo al enloquecido ritual de sexo, muerte y desolación que propone la banda.
Y todavía los habrá que crean que esos son los únicos momentos dignos de ser disfrutados en un show de los barceloneses, pero lo cierto es que temas como “A Year With No Summer” y “Black Swan” fueron algunos de los más coreados durante la recta final del espectáculo. El ocaso llegó con la desesperanzadoramente cruel “Away / Absent”, cuyos apocalípticos riffs cerraban con una sensación agónica y desesperante un concierto de algo menos de hora y media de duración, dejando entrever una gélida pero satisfactoria vuelta a casa.
El reinado de Obsidian Kingdom es hoy por hoy incuestionable. Sus actuaciones, cada vez más efectistas y espectaculares, dan testimonio del imparable ascenso de los catalanes, siendo actualmente una de las agrupaciones más singulares del metal internacional. Eclécticos, agresivos y radicalmente provocadores; así es The Kandinsky Group y así es la realidad a través de su prisma sombrío: un lugar en el que la esperanza se retuerce entre lágrimas de confusión bajo el destello blanquecino del día final.
Deja una respuesta
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.