Tenía reservado este artículo para hablar de algo muy diferente de lo que os hablaré otro día, pero vi una de las portadas del pasado número de la revista y decidí que no había mejor momento para hacer mi humilde homenaje a una de esas bandas que llegan y remueven todo como un huracán.

Yo tenía 9 años. Ninguna persona de mi familia escuchaba metal ni derivados. Si os soy sincera, ni siquiera recuerdo ni cuándo ni cómo les descubrí. El primer recuerdo que tengo de ellos fue pedirle a mi padre que me grabara ese ‘Hybrid Theory’ en uno de los CDs vírgenes que tenía. Sí, piratería. Damn it! El discman echaba fuego y fue sin duda el primer disco que terminé rayando de tanto usarlo. Acababa y empezaba de nuevo a sonar “Papercut”.

Otro de los recuerdos que tengo era encerrarme en el coche de mis padres, meter el disco, subir el volumen a todo lo que daba el coche, cerrar los ojos y sentirme una puta estrella del rock gritando cada una de las canciones (en un inglés bastante inventado, jajaja) aporreando el volante como si fuera la batería. Recuerdo también que, por las noches cuando mis padres se iban a dormir, yo me metía en la cama con el mismo disco sonando una y otra vez. Me tapaba con las mantas para no hacer ruido, volvía a cerrar los ojos y me transportaba a ese escenario que, en mi cabeza, estaban echando abajo. Con 9 años.

No puedo evitar preguntarme si los chavales de hoy en día (me siento mayor escribiendo eso, jaja) sentirán esa magia al oír a sus bandas favoritas. Espero que sí. A día de hoy y sin haberme dado cuenta, me paro a pensar y sé que Linkin Park marcó un antes y un después en mi vida. Aparecieron en ese momento típico de lucha en la infancia en el que crees que no encajas en ningún lado. No estás a gusto en ningún sitio. Ellos me arrastraron al metal. Y digo arrastraron porque la música hace eso. Si te dejas llevar pasan cosas tan bonitas como esa. Ellos despertaron en mí ese sueño de querer vivir encima de un escenario. También me enseñaron que en la música todo vale y al que no le guste ya sabe donde está la puerta.

Cada uno interpretamos el arte de una manera y ellos dejaron claro que las mezclas podían ser maravillosas. Crearon himnos de esos en los que te dejas la garganta, riffs de esos que te parten el cuello e idas de cabeza que, a priori, podían parecer una locura pero eran genialidades.

Después de escribir todo esto no puedo evitar que se me haga un nudo en la garganta al acordarme de aquel concierto del Download en 2017 antes de que Chester nos dejara. Afortunadamente, Chester nos hizo regalos como este que jamás pasará de moda. Un disco atemporal. Una obra de arte de esas que te engullen y te hacen disfrutar hasta que suena el último acorde. De principio a fin.

Por otros 20 años.

Kenzy