Ante la demostración de fuerza, virilidad y machaque al ficticio adversario -en este caso el público- bien podrían haber sustituido el escenario por un ring de boxeo. Solo faltaban las cuerdas. Metallica ganaron anoche en Barcelona un cuerpo a cuerpo contra su público catalán que será recordado durante lustros como uno de los mejores shows de la banda en nuestro país. Y quien diga lo contrario, o que tocaron demasiados temas nuevos, es que no estuvo ahí.

Cuando Ticketmaster España solicitó a través de una encuesta saber cuál era la banda más esperada por el público español a finales de 2016, la respuesta no fue Coldplay, ni U2, ni Lana del Rey. El público español -o al menos, el que votó- quería a Metallica. Si esto fue una treta de marketing para avanzar la futura gira de la banda o si realmente hubo ese deseo del público nunca lo sabremos, pero a juzgar por lo vivido anoche en el Palau Sant Jordi de Barcelona, el público definitivamente quería ver a la banda californiana. No solo quería verla. Quería adorarla. Metallica podrían haber salido anoche y tocar rumba (más sobre eso más adelante) y el público les habría aupado durante dos horas y media de show sin problema.

El concierto de Metallica, como en los viejos tiempos pre-burbuja festivalera, era una actuación esperada con entrada en la mano desde hace prácticamente un año. Nada de estar doce horas al sol hasta que la banda salga a escena, viendo a bandas que te dan igual. No: todos frescos y directos a disfrutar de un concierto propio, largo y bien equilibrado de un grupo que está por encima del bien y del mal. Ya no existen las buenas o las malas rachas para Metallica. Hoy en día habitan en ese peldaño superior en el que da igual lo que hagan. Los estadios se llenan solos. Y eso, en si, es un riesgo enorme para la motivación de un grupo que lleva 37 años en activo. Pero Metallica anoche parecían de todos menos faltos de motivación.

Máxima expectación

Cuando a las 21:20 se apagaron las luces, el público del Palau Sant Jordi se unió en un grito compartido. Compartido por chavales de 12 años, metalpacos de 50, madres solteras, abogados “que tenían una reunión que se les está alargando”, heavies de perilla y pelo corto que no les habían visto hasta ahora y todas las variopinta  diversidad de público que se da cita en los grandes conciertos. Un grito que fue atronador cuando, por un extremo del Palau Sant Jordi, aparecieron corriendo Lars Ulrich, Kirk Hammett, Robert Trujillo y James Hetfield, flanqueados por un gran dispositivo de seguridad, y en dirección al escenario que ocupaba el centro del recinto. De fondo, sonaba “Ecstasy of Gold”. En cuestión de segundos aquello iba a ser un manicomio.

Si, salieron Metallica al escenario. Lo hicieron con “Hardwired” y “Atlas Rise” y desde el primer momento pudimos ver a una banda realmente motivada. Si bien en el primer concierto de Madrid el sonido fue algo justito y la banda estuvo más que correcta, en Barcelona los integrantes del grupo estuvieron a otro nivel. El extra de carisma, de entrega y de conexión con el público que se da entre determinadas ciudades y artistas se dio entre Metallica y Barcelona.

El set-list avanzó con un “Seek & Destroy” que, precisamente por lo pronto que sonó, fue recibido como un hijo que se ha ido a la guerra y vuelve a casa. Sea por la cavernosidad del Palau Sant Jordi respecto al Wizink Center madrileño o porque el público tenía más porcentaje de fans acérrimos, la reacción de este fue desmedida, como el día y la noche. Escuchar los coros del tema de la mano de 16.000 personas cuando James Hetfield les insta a cantar es una experiencia inigualable. Casi sectaria.

Siguieron adelante con “Through the Never” y “Welcome Home (Sanitarium)”. Pese a que el sonido de Metallica es poco definido cuando thrashean -especialmente por el volumen de la batería de Lars Ulrich- en los temas más cadentes no cabe duda de que sonaron bien. Por otra parte, es más complicado sonorizar un recinto enfocando la PA hacia cuatro direcciones en lugar de la clásica configuración cuando el escenario está en un extremo del recinto frente al público. Aún así, no se puede decir que el grupo sonase mal. Los problemas del volumen que se dieron en el primer show de Madrid no se repitieron en Barcelona.

El peso de los temas nuevos

Una crítica común del público es la de que sonaron demasiados temas nuevos, cuando deberíamos alegrarnos de que Metallica sea aún una entidad creativa vigente. Pero la realidad es que, observando la reacción del público, las canciones de “Hardwired…to Self Destruct” están muy bien consideradas. Son coreadas sin miramientos, generan reacción en la pista y son positivamente valoradas. Es evidente que todo el mundo quiere un set-list a medida pero, de nuevo, pensemos que quizá es la nueva música lo que motiva a Metallica a salir a darlo todo cuando saben que pueden vender estadios haciendo una gira basada en cualquiera de sus primeros cinco discos. Así pues, verles hacer la parte de percusión de “Now That We’re Dead”, pese a ser un tic de grandes recintos muy básico, es enternecedor. Ahí están, casi cuatro décadas después, intentando hacer algo que no hayan hecho nunca.

La parte central del concierto llegó de la mano de “Confusion” y una atronadora “For Whom the Bell Tolls” que hizo temblar los cimientos. “Halo On Fire” mantuvo el nivel, con James especialmente entregado, y llegamos a la parte sobre la que todo el mundo especulaba: la versión que harían Metallica en Barcelona después de versionar a Obús y Barón Rojo en Madrid. Al final, se decantaron por “un poco de rumbita catalana” con Peret, con aquello de que ‘no estaba muerto, estaba de parranda’. Robert Trujillo y Kirk Hammett pasaron el martes en una escuela de flamenco de la zona de Gracia preparándose la versión a conciencia, sabedores de que había que hacer algo con encanto en una ciudad políticamente tensada como Barcelona. Al final, hicieron más Metallica por respetar las unidades y las diversidades regionales en su concierto que los propios Gobiernos en los últimos años. Gestos de respeto usando las banderas adecuadas, los guiños a Gaudí, al dragón de Sant Jordi en su cartel y una rumba de Peret -muestra inequívoca de la integración de la inmigración andaluza en Catalunya- fueron gestos que demostraron el sumo respeto con el que Metallica trataron la particularidad de Barcelona y Catalunya ante la crisis política que se vive en los últimos años. El público, por defecto, se arrancó por bulerías y cantó el tema con una sonrisa en la cara. Bien por su equipo de asesores. El siguiente aullido fue cuando Trujillo se quedó solo en el escenario e interpretó “Anesthesia (Pulling Teeth)” de Cliff Burton mientras las imágenes del fallecido bajista inundaban los monitores de video repartidos por el techo del recinto.

La banda volvió al escenario para interpretar un incendiario “Breadfan” de Budgie, pero la elección de “The Memory Remains” para seguir fue el mayor acierto de la parte “variable” del show. Ver a todo el Palau Sant Jordi hasta arriba de gente coreando las partes que grabó Marianne Faithfull hasta que acabaron estallando en un aplauso colectivo fue emocionante.

Un espectáculo más sobrio que de costumbre

Escénicamente hablando, esta gira es más sobria que otros tours de la banda. El escenario es estéticamente precioso y la situación central del mismo aporta mucha capacidad de interacción entre público y banda. Se echa de menos la pirotecnia explosiva y un montaje más elaborado, pero la banda se ha esforzado en encontrar cosas con las que seguir sorprendiendo a un público habituado a la sorpresa. En este caso fue la aparición de una gran cantidad de drones luminosos en “Moth Into Flame”, los cuales circulaban alrededor del escenario y se movían en patrones determinados sobre las cabezas de la banda. Un efecto simple pero espectacular que encandiló al público.

En un pequeño respiro, James se dirigió al público para preguntar si era su primera vez viendo a Metallica -algo a lo que una gran parte del público respondió afirmativamente. También hizo, como en otros shows, mención a la nueva generación de fans del estilo y a la corta edad de algunos de los asistentes al concierto. Todo para acabar arengando a la muchedumbre sobre la necesidad de hacer algo verdaderamente heavy y lanzarse directos a por “Sad But True”, abriendo la veda para que los grandes clásicos comenzasen a caer sobre Barcelona imparablemente.

Se hace difícil escuchar a la banda tocando “One” sin explosiones -forman parte de la canción y del imaginario colectivo casi tanto como la batería de Lars- pero el grupo hizo una versión tremenda del tema, pasando a fundirlo con “Master of Puppets” en un fin de show histórico. El grupo se retiró rápidamente al foso, donde esperaron un par de minutos mientras el público subía el volumen y reclamaba la vuelta del grupo al escenario y los asientos temblaban. Llevábamos dos horas de concierto en ese punto.

El grupo volvió al escenario con “Spit out the Bone” entre lenguas de fuego, para luego irse a por un “Nothing Else Matters” de lo más sedoso y fundirlo con el inicio de “Enter Sandman”, lo que llevó al  público al éxtasis. Tras acabar el tema, el grupo se pasó diez minutos de reloj lanzando púas, agradeciendo al público su dedicación y disfrutando de la adulación generalizada.

Ante la demostración de fuerza, virilidad y machaque al ficticio adversario -en este caso el público- bien podrían haber sustituido el escenario por un ring de boxeo. Solo faltaban las cuerdas. Metallica ganaron anoche en Barcelona un cuerpo a cuerpo contra su público catalán que será recordado durante lustros como uno de los mejores shows de la banda en nuestro país. Y quien diga lo contrario, o que tocaron demasiados temas nuevos, es que no estuvo ahí.

Promotor:Live Nation

Día:2018-02-07

Hora:20:00

Sala:Palau Sant Jordi

Ciudad:Barcelona

Teloneros:Kvelertak

Puntuación:9