A estas alturas resulta fútil descubrir el continuo devenir de músicos que fue Black Sabbath durante la mitad de los años 80. Una etapa de transición entre la estabilidad que le proporcionó Dio a principios de la década y Tony Martin durante la su final. A largo de y estos extravagantes duros momentos solo Tony Iommi, verdadero alma mater del grupo, logró mantener viva la esperanza de perdurabilidad de una de las bandas más ilustres de la historia del rock, a pesar de que todos los indicios apuntaban a la disolución de tan insigne representante de la música moderna. Este momento álgido llegó con la publicación de Seventh Star, disco en el que el guitarrista se mantenía como único integrante de la formación original y que debido a presiones de la discográfica no puedo publicar bajo su nombre en solitario. Una desastrosa gira en compañía de un Glenn Hughes llegando a su pico de consumo de drogas fue el colofón a una etapa tras la cual Iommi peleó con todas sus fuerzas por recuperar la estabilidad .
Entre está decadencia absoluta y los buenos tiempos con Dio, existe otra etapa más desconocida, durante la cual se grabó uno de los discos más infravalorados del grupo, que asombró al mundo con la participación de uno de los vocalistas más afamados de la escena rockera mundial y cuya grabación y gira se convirtieron en verdaderas odas del heavy metal visto desde el prisma Spinal Tap. “Born Again” es el título del disco e Ian Gillan, el mítico cantante de la etapa más laureada de Deep Purple fue el encargado de asumir el rol de front man, en una decisión que generó grandes expectativas augurando fuertes contrastes entre las diferentes escuelas del vocalista y Tony Iommi. Por el camino, numerosos incidentes tanto en estudio como en la carretera. Podría empezarse por la nefasta portada elegida, que si bien encaja con la filosofía del a banda cuenta con un diseño más que discutible. Podría continuarse con la producción del disco, la más nefasta de las que se recuerda en la historia del grupo, tras la cual se esconde la mano de Geezer Butler. Tras unas tomas que satisficieron al resto de componentes, el bajista tomo los mandos de la mesa de mezclas a espaldas de sus compañeros y remezclo los temas para dar mayor presencia a su instrumento, dando como resultado una producción pobre y sucia que se ganó el desprecio de los demás, especialmente de Gillan, que renegó del resultado final. Por último, no puede dejarse de lado la absurda gira de la banda, con la célebre anécdota del Stonehenge creado para decorar el escenario y que por una confusión entre pies y metros no tenia cabida en la mayoría de recintos donde tocaban. Por no hablar de que se hizo habitual que “Smoke On The Water” precediese a “Paranoid” como cierre de conciertos, circunstancia que, junto a la particular interpretación de Gillan de los clásicos de la banda, ha hecho de los bootlegs de dicha gira un objeto muy demandado. Eso sin contar que este se considera por muchos , gracias al fugaz regreso de Bill Ward, como el último disco de Black Sabbath propiamente dicho, asumiéndose la posterior etapa con Martin como la carrera en solitario de Iommi aprovechando el nombre de su banda.
¿ Como podemos definir el sonido de este peculiar álbum? Dejando de lado la mezcla del disco, que Gillan afirmó que le incitaba a vomitar, la forma más precisa de definirlo es como una encrucijada de influencias y egos. Un encuentro entre el alma mater del grupo, Iommi, con el bagaje profesional de un vocalista, Gillan, versado en un sonido similar pero a la vez muy distante del que suele hacer gala la banda. Por un lado, los enorme riffs del guitarrista que son la seña de identidad de la banda siguen siendo el sustento de la mayoría de temas, impulsados por una energía y una atmósfera oscura que permanecía inédita desde los últimos trabajos con Ozzy Osbourne. Por otro lado, la labor de Gillan se hace patente en las composiciones, especialmente cuando da rienda suelta a sus habituales agudos y otros momentos de exhibicionismo vocal. Por último, la banda supo adecuar su sonido a los nuevos tiempos, gracias a las aportaciones de Geoff Nichols a los teclados. Su labor a las teclas dista mucho de su habitual rol oculto de anteriores producciones, gracias a la cual consigue imprimirle a “Born Again” tanto la atmósfera tenebrosa que necesitaba como elementos propios de la década de los 80.
Analizando las canciones, “Thrashed,” el primero de los cortes, responde al rol que “Neon Knights” y “Turn up The Night” cumplieron en los dos discos de Dio. Esto se traduce en una apertura fuerte, vibrante, densa, en la que Iommi ajusta los tiempos para crear una atmósfera alucinada, pero imprimiéndole una velocidad típica de los primeros temas de los discos con el elfo. Estas bondades se complementan con la peculiar letra de Gillan, claramente de deudora de sus muchas experiencias alcohólicas y que le dieron el dudoso honor de integrar la lista de los polémicos “Filthy Fifteen” que el génesis del PRMC elaboró como estandarte para arremeter contra el rock a mediados de los 80.
“Stonehenge”, una breve instrumental no muy inspirada, ejerce de apertura de “Disturbing the Priest”, uno de los mejores temas del disco y el que mejor se ajusta a los criterios tradicionales de la banda, gracias a su condición de medio tiempo en el que la base rítmica de Butler y Ward, combinada con uno de los mejores trabajo de Nichols, se logra recrear la atmósfera típico de los temas de la banda en los setenta. La fórmula de instrumental y tema corriente se repite con la correcta “The Dark” y “Zero The hero”, uno de los temas más recordados del disco, en el que Iommi saca a relucir con brillantez su maestría en los riffs, uno de ellos extrañamente similar al de “Paradise City”. Las bondades de este tema son solo un aperitivo frente al que es, sin lugar a dudas, el punto álgido del disco : “Digital Bitch”. Es en esta canción donde es más obvia la fusión de influencias de los músicos participantes, dando como resultado una mezcla entre la pesadez de Black Sabbath con la energía y velocidad rockera propia de Deep Purple, algo semejante a si Iommi tratase de tocar “Highway Star”. Los alucinantes alaridos de Gillan redondean un tema con una fuerza inusitada, probablemente el que menos perjudicado se ve por la producción, y que por culpa de los constantes cambios en la formación parece haber caído en el olvido. Le continua “Born Again”, relajada power ballad que saca a relucir el Gillan más motivo, con ciertas reminiscencias de “Child In Time”, con la que Iommi saca a relucir ciertas influencias blueseras y en la que la presencia de Nichols destaca de forma notable. “Hot Line” y “Keep It Warm”, temás de corte clásico y clasificables como heavy rock, suponen un más que digno colofón de un disco no muy largo, pero al que no se le puede acusar de tener temas de relleno.
La etapa de Gillan fue breve y no logró superar el éxito comercial de los dos discos con Dio, razones que condenaron este trabajo y el periodo de la banda a un ostracismo injusto. Por fortuna, la remasterización dio lustre a unas composiciones que poco tienen que envidiar a algunos clásicos de la banda y que, siendo imposible resucitarlas en directos, si se merecen una reivindicación por su obvia calidad.. De esta forma, no solo se hace justicia al esfuerzo depositado en este disco, sino que se pone una piedra en pos del reconocimiento de muchos trabajos de las más diversas bandas que por ver la luz en el momento y lugar equivocado han sido víctimas de un olvido injustificado.
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