No todo estaba perdido para el hard rock clásico a finales de los años 90. Aún quedaba esperanza.

Durante los años 90, el panorama musical sufrió una sacudida sin precedentes con la aparición del grunge, liderado por bandas como Nirvana. Este nuevo estilo relegó al hard rock clásico a un segundo plano, y muchas de las bandas que habían sido icónicas durante los años 80, como Guns N’ Roses , Poison y Motley Crüe, vieron cómo su popularidad se desplomaba. Pero en medio de esta tormenta musical, surgieron algunas figuras y grupos que se aferraron al legado del hard rock clásico, aunque generalmente permanecían en el underground. Es en este contexto en el que emergen Josh Todd y Keith Nelson, fundadores de la banda Buckcherry, dispuestos a reivindicar el poder y la energía del rock entendido de la manera más pura.

Josh Todd, originario de Anaheim Hill, California, había pasado la segunda mitad de los 90 intentando tener éxito con su banda glam rock Slamhound, una empresa arriesgada en un momento en el que ese género estaba en franco declive. Keith Nelson, un guitarrista con una inclinación por los riffs a lo Aerosmith y AC/DC, se encontraba en una situación similar. Cuando ambos se encontraron en un estudio de tatuajes, descubrieron que sus gustos musicales y química personal se alineaban perfectamente. Decidieron unir fuerzas y formar una banda, inicialmente llamada Sparrow.

Buckcherry: bien respaldados

Buckcherry llegó al estudio con el respaldo de Steve Jones, ex guitarrista de los Sex Pistols, y Terry Date, un productor altamente respetado en la industria del hard rock y el metal. Esta combinación resultó ser explosiva, y el álbum debut de la banda, lanzado en abril de 1999, reflejó precisamente eso. Más allá del impactante single «Lit Up», que atrajo atención tanto por su pegajosidad como por su letra polémica, el álbum era una joya de doce pistas que mostraban la destreza y diversidad del grupo.

Acerca del álbum en sí, lo que llama la atención es su autenticidad y crudo poder. No hay arreglos sobrecargados o pretenciosos; cada pista es un corte directo de rock’n’roll en su más pura esencia. Desde canciones con una gran influencia punk como «Crushed» y «Dirty Mind», hasta temas más melódicos y elegantes como «Check Your Head» o «Related», el álbum logra mantener un nivel altísimo de cohesión sin sonar monótono. La sección rítmica, compuesta por Jonathan Brightman en el bajo y Devon Glenn en la batería, proporciona una base sólida sobre la que las guitarras de Nelson y la voz versátil de Todd pueden brillar.

Carrera irregular

Tras el lanzamiento del disco, Buckcherry se embarcó en una gira con Kiss y parecía destinado a ser la próxima gran banda en el hard rock. Sin embargo, el vertiginoso mundo de la música a menudo es inclemente. Pese a su fuerte inicio, la banda pasó por periodos difíciles, incluido un segundo álbum que no logró replicar el éxito del primero y una separación temporal. Aunque Josh Todd y Keith Nelson volvieron a juntarse años después y continuaron lanzando música, nunca pudieron recrear completamente la magia de su debut. Sin embargo, en 2006, gracias al auge del single «Crazy Bitch» (hoy en dia un título impensable) la banda recuperaría posicionamiento en el mundo del rock con su disco «15».

En retrospectiva, el álbum de Buckcherry de 1999 se percibe como un respiro en una época en la que el hard rock parecía haber sido relegado al olvido. Fue un recordatorio poderoso de la capacidad del género para capturar la imaginación y la adrenalina del público, y aunque su tiempo en el centro de atención pudo haber sido breve, dejó una impresión duradera que todavía resuena en aquellos que anhelan el tipo de rock sleazy sin adulterar que ofreció.