Crónica pollavieja de un concierto de Babymetal en Barcelona
Primera viista de Babymetal a España y una demostración de como funciona la tecnología cultural.
A menudo el heavy metal se vanagloria de su autenticidad, de la pureza de sus genes. Mucha de la identidad de la escena del heavy metal se ha construido, a lo largo de las décadas, en base a un discurso contestatario, de ellos contra nosotros, de ser los apestados sociales que el poder quiere silenciar. Eso ha funcionado maravillosamente a la hora de crear adeptos y ofrecer un hogar identitario que generase afiliación -a veces cuasi sectaria- al género musical. Pero una vez van pasando los años y las décadas, se observa que el metal no es muy diferente a cualquier otro género musical y a su manera de operar. Véase el concierto de Babymetal en Barcelona.
Probablemente todo era mucho más orgánico en 1981 pero hace mucho tiempo que el metal es un producto mainstream que funciona bajo las mismas lógicas de mercadotécnia que cualquier otro género. Por eso hoy en día nos genera risa el cuento identitario de Manowar, porque ya difícilmente cuela el rollo de los hermanos del metal. El metal, con todas sus variantes, es tan solo otro género musical, otra categoría en las playlist de Spotify, con sus tics, sus leyendas, sus buenos y malos discos y sus festivales especializados, que no son ni más ni menos validos que los de pop, reggaeton o electrónica. Cualquier otra lectura es herencia de ese cuento identitario que nos metieron en la cabeza durante décadas para crear sectarismos comercialmente útiles: tanto los artistas, como los managers, como los periodistas. Entre los Little Monster de Lady Gaga y la Kiss Army lo único que cambia es el color del maquillaje.
10.000 entradas para Babymetal
Vaya por delante todo este prolegómeno como previa a lo que pudimos ver anoche en Barcelona con el que fue el primer concierto de Babymetal en España. Primero de dos, puesto que hoy actuarán en el Palacio de Vistalegre de Madrid. En ambos casos, ojo, con las entradas agotadas. Así pues, vaya por delante que esta crónica no pretende poner en duda la conexión de Babymetal o su particular manera de ver el metal con el público. Mis perras también tienen una gran conexión con su pienso. Lo comen cada día y les encanta. Pero es pienso. Prensado, aromatizado y preparado para que se lo quieran comer. Y no pasa nada: ellas se tienen que alimentar y Royal Canin tiene que vender sacos de pienso.
Explicaba John Seabrook en su libro “The Song Machine: Inside the Hit Factory” que Lee Soo-Man, el fundador de SM Entertainment y ideólogo de todo el sistema del K-pop de ídolos, quedó devastado cuando uno de sus primeros artistas fue detenido por posesión de drogas justo cuando estaba a punto de estallar su popularidad. Lee aprendió que no podía permitir nunca más que sus esfuerzos por promocionar a un artista cayesen en saco roto. Había que tener el control completo y las estrellas se crearían, no nacerían. Lee crearía lo que el llamaría “tecnología cultural”, un método de producción cultural donde las bandas se formaban con una serie de personalidades a medida. Tal fue su énfasis que Lee escribió un manual completo de tecnología cultural que los empleados de su empresa debían estudiar. En él se catalogaban los pasos necesarios para popularizar a los artistas de K-pop en los distintos países asiáticos. En el manual se explica cómo y cuando importar compositores extranjeros, qué progresiones de acordes usar en países concretos, qué gestos realizar con las manos o qué color de sombra de ojos debería llevar un artista en un país determinado, por no hablar de los planos de cámara que deberían usar los videoclips.
Tecnología cultural
Babymetal es una manera de importar todo ese conocimiento sobre tecnología cultural y aplicarlo al sacrosanto mundo del heavy metal, tan proclive a dejarse llevar como cualquier otro género. Posiblemente el metal es uno de los géneros mas maleables de la historia, algo intrínsecamente unido a su perseverancia histórica. Y quizá parte de esa supervivencia comercial deriva directamente de su capacidad de mutar, por más que los talibanes se lleven las manos a la cabeza, quien firma estas líneas incluido. Cuando Babymetal venden 10.000 entradas en dos conciertos en nuestro país y muchas bandas de “heavy metal puro” no logran vender ni 1.000, se deducen dos cosas: que la tecnología cultural funciona y que la pureza del género le importa más bien poco a las nuevas generaciones. Allí estaba el Razzmatazz lleno hasta los topes, con sus 2100 personas de capacidad, repleto de fans y curiosos entre los 16 y los 60 años de edad. Y todos pasándoselo en grande.
Cuando Babymetal salieron a escena tras la efectiva actuación de Megara, lo hicieron ante el histerismo generalizado, ese que ya no se escucha en los conciertos de Kiss, Judas Priest o Saxon, donde el público es pasivo y mucho más relajado. Un sector del público usaba varas fluorescentes de luz, como en cualquier concierto de k-pop o j-pop. Las tres integrantes de Babymetal salieron a escena con “Babymetal Death”, girando sincronizadamente sus manos para hacer los cuernos coreográficamente o correteando por el escenario para escenificar el solo “shred” del guitarrista. El fan medio de Judas Priest se llevaba las manos a la cabeza. Desde su perspectiva, aquello era ridículo, una ofensa. Desde la perspectiva de alguien de 20 años que ha crecido sin la identidad sectaria del metal, aquello era gloria.
Otros tiempos, otras realidades
Babymetal convencieron en un show medido, coreografiado hasta el extremo y repleto de tics metaleros fundidos con los cánones del pop japonés. “Gimme Chocolate”, “PA PA YA!!” o la compleja “BxMxC” evidenciaban que, si bien la música era metal cañero de lo más mediocre, casi caricaturesco, todo el valor residía sobre las coregografías, la conexión innegable con el público y la intensidad con la que la banda y las integrantes de Babymetal sacaban adelante el show. Pese a su aspecto, tenían la delicadeza de una maquina cementera. Tras apenas cuarenta minutos de conciertos, tras la cañera “Monochrome”, Su-metal, Moametal y Momometal se retiraron a camerinos y dejaron a la Kami Band ejecutando unos solos para coger aire. Volverían con el ya clásico “METAL!!” con Tom Morello de Rage Against the Machine acompañándolas desde la pantalla de video trasera.
Tras otro pequeño descanso, volvieron con “Megitsune”, un intenso “Headbangeeeerrrrr!!!!!” y cerraron la noche colocandose al frente, con sus tres banderas de “Babymetal” y la animada “Road of Resistance”. Apenas 70 minutos de show fueron suficientes, dada la intensidad del mismo.
No es posible comparar a Babymetal con los grandes del género. Son una fórmula, bien ideada, bien pensada y bien ejecutada. Pero no dejan de ser pienso, ideado para un sector concreto del público, para una manera concreta de entender la música. Aromatizadas, iluminadas y preparadas para ser consumidas, como todo el k-pop o los ídolos del reggaeton.
A medida que el heavy metal clásico se va apagando con la inevitable retirada de los pioneros clásicos, más y más, lo que nos queda es esto: los Falling in Reverse o las Babymetal de turno. Es otro tiempo, es otra era y es otra realidad. El metal, hoy en día, es esto. Y si tienes 24 años, esta es tu realidad. La otra, la de los Saxon y los WASP de turno, es la realidad de tus padres -o peor- de tus abuelos. Pregúntale a cualquiera de los que salían de Razzmatazz qué les había parecido la experiencia: estaban extasiados. Como tú cuando viste a Iron Maiden en el Palau d’Esports en 1984. Otros tiempos, otras realidades.
Texto y fotos: Sergi Ramos
Promotor:Bring The Noise
Día:2023-12-10
Hora:19:30
Sala:Razzmatazz
Ciudad:Barcelona
Teloneros:Megara
Puntuación:8
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